T3 Syncro Weinsberg

Por estar ahí

Hacía tiempo que queríamos haceros un regalo. Si has recibido este mail es porque nos sigues, porque desde el primer momento nos acompañaste en esta aventura, porque quieres saber qué estamos haciendo, qué nos pasa, qué vemos y oímos. Porque, quizás, querrías estar aquí y no puedes, pero nosotros te llevamos en nuestra furgo a recorrer kilómetros y kilómetros de arena, sol, lluvia, nubes y lunas.

Hemos hecho un pequeño montaje con unas fotografías muy especiales. Las teníamos guardadas para una ocasión especial. Y qué mejor que ésta? Fue un atardecer en Tan Tan, Marruecos. Vimos desde donde estábamos acampados una feria con su noria. Y fuimos a echar una ojeada…

Sabes? Este vídeo sólo lo recibirán los que siguen nuestro blog. Nosotros no lo vamos a colgar en ninguna red social. Porque alguna recompensa deberías tener, no? Es nuestra pequeña manera de agradecer tu compañía.

Un abrazo,

Claudia y Koke
10fronterasfotorurgo

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El rey del pueblo

Nuestra llegada a Ghana, a parte de un caluroso recibimiento, nos ha comportado horas y horas de trabajo. Pero estamos encantados de compartir esas horas con estas personas. La gente de Breast Care International (BCI) son casi todos voluntarios. Pero cualquiera lo diría. Sacrifican los días enteros por ayudar a otras personas, en darles apoyo moral, en acompañarlas. Y también en los Outreach Programs, o acciones de concienciación. Se desplazan a un poblado, con su furgoneta y algún que otro coche particular. Y en el poblado elegido dan charlas sobre lo que es el cáncer de mama, les cuentan que no es contagioso, que se puede curar, que tienen que hacerse controles periódicos… y al final las mujeres que quieran pueden hacerse un chequeo rápido. Es un trabajo difícil el convencer a las mujeres de esta sociedad tan marcada por las creencias religiosas y la brujería. Pero insisten una y otra vez. Y no piensan dejar de hacerlo.

Los Outreach se realizan unas tres veces al mes. Cuestan mucho dinero y según nos contó la Dra. Beatrice Wiafe (directora de Breast Care International y los hospitales Peace & Love), BCI andaba muy justo de presupuesto. La donación de Volkswagen Vehículos Comerciales les ha permitido continuar con estos programas por una largo periodo de tiempo.

Tuvimos la suerte de ser invitados a una de estas acciones. La preparación es difícil, pues debe contar con el visto bueno de lo que aquí denominan Chiefs, que son una especie de reyes de los poblados. Las decisiones las toman en pequeño comité, pero la última palabra siempre la tiene el Chief junto a la Queenmother, que no es otra que la madre del “rey”.

El día amaneció tapado, como casi todos los días en Kumasi. Nos recogieron a las 8 de la mañana en nuestro hotel. Nos subimos a nuestra furgoneta con algún que otro acompañante en el asiento trasero. Y pusimos rumbo hacia el interior de la región hasta llegar por unos caminos rotos por las lluvias hasta Inwiaso. Este poblado no consiguió la aprobación del Chief, que depende de otro Chief más importante que a su vez también está por debajo en el escalón mandatario del Chief del pueblo más grande. Vamos, un lío… En la última foto del post podéis ver al Chief más importante que visitamos. Otra de las tradiciones curiosas trata sobre las sillas. En esa foto el Chief está rodeado de sillas vacías. Es una superstición. En ellas las mujeres no se pueden sentar porque son sillas sagradas y si tienen la menstruación no están puras. Además, si se sientan en esas sillas no podrán tener hijos…
Total, que este pequeño poblado que apenas se ve al estar en medio de la densa vegetación (su nombre se traduce por “en los árboles”) sí contó con el apoyo del pastor (albino) de su iglesia. Así que la primera parada después de una hora la hicimos en una pequeña capilla que se había convertido por unas horas en una especie de sala de conferencias.

Sentadas en unas sillas de plástico de jardín había unas 30 mujeres esperando a ver qué pasaba y qué hacía toda esa gente allí. Entramos a grito de “Aleluya!”. Nos sentamos y empiezan los rezos y los cánticos. Volvíamos a estar de pie. La Dra. Beatrice (vamos a llamarla Dr. B) toma el micrófono que le cede el pastor y lo primero que hace es presentarnos. Habla en Akan. Aunque el idioma oficial sea el inglés, no hay mucha gente que lo domine y en las aldeas no se escucha. No nos enteramos de nada pero Ike, uno de los voluntarios, nos hace de traductor improvisado. Cuando acaba de contar nuestra historia, nuestro viaje, el tema de la donación, etcétera, suenan los aplausos. Volvemos a sentarnos y observamos atentamente todo lo que sucede a nuestro alrededor.

La Dr. B empieza entonces a explicarles a las asistentes qué es lo que van a hacer y cuál es la razón por la que estamos todos ahí. Les comenta lo que es el cáncer de mama y las dificultades que pueden encontrarse con sus familias, amigos y gente del poblado. También les explica los diferentes tratamientos, sus consecuencias (caída del pelo, vómitos, cambio en el color de la piel…) así como la mastectomía y los tratamientos posteriores. Les quiere hacer entender que el cáncer de mama afecta a todo tipo de mujeres, sean de la raza que sean, del continente que sean y de la clase social a la que pertenezcan. Acto seguido una mirada sirve para que las voluntarias del BCI desplieguen unas fotografías impactantes con tumores increíblemente grandes y alguna mama infectada e incluso reventada. Las mujeres africanas desconocen en su mayoría el cáncer y cuando tienen un problema se acercan a clínicas herbales o curanderos que les dan soluciones que empeoran la situación hasta llevarla a extremos que nosotros (y suponemos que mucha gente en Europa) no hemos visto jamás. Las voluntarias se pasean por delante de las mujeres con esas fotografías tamaño XXXL.

Ahora le toca el turno a las supervivientes. Los hospitales Peace & Love posee una asociación llamada PALSA (Peace & Love Survivors Asociation) formada por mujeres que han sufrido un cáncer de mama y han sobrevivido. Esta asociación lleva funcionando desde hace años, pero está registrada legalmente desde 2011. Se centran básicamente en dar apoyo a mujeres que lo necesitan (recién operadas, sin apoyo de la familia, desplazadas…), pero también se encargan de echar una mano en la organización de los eventos que lleva a cabo BCI.
Tres de ellas explican su vivencia. Raheemah, la última en hablar, se emociona. Se le rompe la voz cuando recuerda lo que tuvo que pasar (con perdida de la familia y del habla incluidas). Termina sacándose la prótesis y enseñándola con el brazo en alto diciendo: “no ha de daros miedo perder un pecho. Es más importante vivir!”

Se abre el turno de preguntas y curiosamente el protagonista es un hombre. Se acerca hasta la parte delantera, coge el micro y pregunta si chuparle los senos a su esposa le puede provocar cáncer de mama. Todo el mundo en la capilla arranca a reír por la vergüenza casi adolescente de esta sociedad tan cerrada y el atrevimiento del protagonista. Pero si nos paramos a pensar un poco podemos ver reflejado en ese hombre el desconocimiento total y absoluto que hay en África sobre el cáncer. Le responden que no, pero que el seno debe ser tratado con cariño. Feliz por la respuesta, se vuelve a sentar en el banco que hay en la zona trasera.
Ahora las mujeres que quieran someterse a un reconocimiento deben rellenar una ficha con su nombre, edad, numero de hijos, estudios, cuánto hace que parió por primera vez y cosas por el estilo. Muy pocas mujeres saben leer ni escribir, así que los voluntarios de BCI se encargan de rellenarles esa ficha.

Las que han decidido chequearse pasan detrás de unas sábanas cogidas por pinzas a un hilo que va de lado a lado de la capilla y que hace las funciones de zona reservada en la que hay una báscula, un medidor de altura, dos mesas a modo de camillas y una palangana con agua y jabón para que las enfermeras se puedan lavar las manos. Van pasando las mujeres desnudas de cintura para arriba y les hacen un reconocimiento, primero de pie y después estiradas en las mesas. A una de ellas le encuentran un bulto en el pecho. Ha sido la Dr. Be la que lo ha detectado. Le explican lo que tiene qué hacer y cómo desplazarse hasta el hospital.

Se recoge todo en un momento y seguimos camino hacia el segundo poblado. Este se llama Ambuoso (entre las rocas) y es más grande que el primero. Aquí el Chief sí que ha dado permiso para realizar la acción. Nos detenemos frente a una especie de foro. No alcanzamos a ver el interior hasta que entramos. Se trata de un espacio con patio central y cubiertas en los laterales. En frente a la puerta, el Chief sentado en una silla encima de un pedestal. Y la Queenmother a su lado. Desconocemos las tradiciones, así que nos las explican. Antes de entrar se anuncia nuestra presencia por los altavoces de este local. La gente va llegando y al final se llena el recinto. No hay sillas para todas. Algunas se sientan en el suelo, otras permanecen de pie. Entramos y la tradición manda saludar uno por uno a los jefes del poblado. Van vestidos con unas coloridas telas a modo de túnica. Un apretón de mano y una mirada son suficiente para sentirse bienvenido. Una vez acabamos con los saludos nos mandan sentar en unas sillas que quedan enfrentadas al Chief y su “séquito”. Entonces se levantan y son ellos los que vienen hasta nosotros para saludarnos. El mismo ritual: apretón de manos y una mirada… Nos damos cuenta de que estamos viviendo algo especial junto a todo el equipo de BCI. Nunca hubiésemos conocido el funcionamiento de las tradiciones locales sin su invitación.

Ahora toca el turno de las presentaciones. Esta vez con más ímpetu. Las supervivientes se presentan simplemente con el nombre. A nosotros nos hacen hablar un poco más. Al final, aplausos. Una espontanea también se quiere presentar, así que agarra el micrófono, dice su nombre y se va entre las risas de los asistentes. Empieza el discurso de la Dr. B y la gente se mantiene en silencio. Es un discurso largo, aunque habla de lo mismo que en el primer poblado (y también en Akan). Pero Ike, nuestro traductor, dice que está haciendo hincapié en la prevención. Les muestra dibujos de cómo auto examinarse y las voluntarias vuelven a sacar las fotos de los tumores. La Dr. B dice que no hay que esperar a llegar a esos extremos y que la prevención ayuda a salvar muchas vidas. Anima a las mujeres ser valientes y no tener miedo ante la posible estigmatización que puedan sufrir al tener un cáncer. Es el máximo temor que hay que superar en las aldeas. Y esta vez también avisa de que los hombres pueden sufrir un cáncer de mama ante el estupor de los allí presentes.

Nuevamente es el turno de las PALSA. Esta vez son cinco las que explican sus experiencias y cada una da un mensaje positivo: “el cáncer se puede vencer”; “hay que ir al hospital al primer síntoma”; “se puede rehacer la vida amorosa incluso con un solo pecho”…
La ronda de preguntas sirve para mostrar una vez más las diferencias entre vivir en un país desarrollado y moderno y vivir en una aldea en medio de África. La primera mujer que coge el micro se dirige hacia la doctora y le da las gracias por ser médico, pues su hija fue tratada por la Dr. B y la curó. La Reina Madre (ya no sé cómo escribirlo, si ponerlo en minúsculas o en mayúsculas, o no ponerlo…) también tiene palabras de agradecimiento hacia BCI. Comenta que está muy feliz por haber sido su poblado el elegido para esta acción.

Las fichas son el paso previo para empezar con los reconocimientos. Como en Inwiaso (si os habéis perdido, es el primer poblado…), los voluntarios se encargan de escribir las respuestas a las mujeres. La zona reservada es una sala contigua con una ventana cerrada. Es un lugar muy oscuro, con una mesa, la báscula, el medidor de altura y la palangana. Aquí hay muchas mujeres esperando turno y pocas sillas para sentarse. Cuando se levantan para avanzar en la cola hay empujones para coger sitio. Todas quieren saber si están sanas. Pero esta vez también hay alguna que tendrá que visitar el hospital.

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Peace & Love Hospitals

Tamale fue nuestra siguiente parada en Ghana. Poco a poco íbamos accediendo al país que da un poco de sentido a toda esta aventura. Ghana. Por fin Ghana. Después de un mes y una semana viajando, llegábamos al primero de nuestros destinos. El segundo es Barcelona…
Así que la felicidad podía más que el cansancio, que se va acumulando lenta, pero implacablemente no solo en nuestros cuerpos, sino también en nuestras cabezas. No analizaremos si la gente de este país es simpática o no, de si sonríen o no, de si son felices o no. Pero se podría decir que no sorprenden en ese aspecto. Son diferentes al resto. Lo que sí es destacable es su religiosidad que en algunas ocasiones puede llegar a ser incluso excesivamente alarmante. Si algo no tiene explicación (o parece no tenerla), siempre queda ese ser superior en el que las religiones se basan para justificarlo.

Incluso a la hora de buscar alojamiento la religión está presente. En Tamale dormimos en el TICCS(Tamale Institute of Cross Cultural Studies), un lugar sencillo, sin lujos y dedicado a los estudios teológicos. Había gente europea por todas partes. Y un misionero colombiano que desarrollaba las labores de director. Dormir se duerme bien, pero al día siguiente no nos quisieron hacer el desayuno porque no lo habíamos encargado la noche anterior. En Ghana son muy lentos haciendo las cosas y siempre tienes que encargarlas. O armarte de paciencia. En la guía puedes leer que lo mejor es llegar a un restaurante, leer la carta, pedir los platos, irte y volver en una hora. Y hasta que no llegas aquí no te lo crees.

Pensamos que en Kumasi la cosa cambiaría. La segunda ciudad de cualquier país tiene que ser más o menos moderna y cosmopolita. Nos equivocamos una vez más. Kumasi es grande (viven 2,5 millones de personas), pero no tiene apenas servicios. Me refiero a que no hay restaurantes con cara y ojos, ni supermercados, ni tiendas, ni servicios. La gente vive allí. Y punto. Hay todo eso que he comentado, pero no en la cantidad que te esperas encontrar en un país en el que todo África se mira por su crecimiento económico (impulsado por el petróleo) y por su democracia consolidada.
Pero nosotros no estamos aquí para juzgar la manera de vivir de los lugareños. Estamos aquí porque hemos hecho más de 8.000km para estar con las mujeres africanas que sufren o han sufrido cáncer de mama. Estamos aquí para conocer de primera mano cómo viven, cómo sienten, cómo afrontan una enfermedad como esa en un continente donde estas cosas, simplemente, no se entienden. Y nos hemos encontrado con la realidad de golpe y muy pronto.

En el hospital Peace & Love de la ONG Breast Care International (BCI) nos recibieron con los brazos abiertos. No había nadie que no supiera de nuestra llegada. El edificio sobresale en la colina de un barrio de calles de tierra batida y suelo roto llamado Oduom. La silueta blanca, rectangular, con el techo pintado de azul celeste se puede ver desde varias puntos. La verja que lo rodea tiene en lo alto una alambrada de púas para evitar que nadie entre sin permiso saltando sus muros de 2 metros de altura. Una vez superas esa verja, la visión cambia. Aparece ante nuestros ojos un pequeño edificio con ventanas. Y gente. Todos mirando. La furgoneta ayuda a crear expectación. Y los dos blancos que van sentados en su interior no hace más que aumentarla. Nos miran 300 ojos. Y nosotros no podemos mirar a nadie. No sabemos a dónde mirar…

Nos recibe el director del hospital, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, sino que no puedo. Para nosotros los nombres africanos son muy difíciles. Y si encima uno ya tiene dificultades para recordar los nombres de gente española, pues la cosa no pinta bien. Vaya, que no apuntamos el nombre de nadie y no me acuerdo de casi ninguno… Comenzamos nuestro día de presentación con una visita por las instalaciones. El hospital dispone de todo lo necesario para ser autosuficiente: sala de quimio, sala de diálisis, maquina de mamografía, scanner, quirófano, habitaciones de grupo y privadas, laboratorio e incluso un pequeño banco de sangre. Leyendo esto, parece que estemos en cualquier hospital europeo. Pero se tiene que estar aquí para percibir las diferencias. Parecemos estar en unas instalaciones de los años 70. Las salas son oscuras, tristes. Y vacías. El lugar no es acogedor. Las puertas de las estancias son de cristal y para ganar intimidad se han instalado unas cortinas de estampados bastante serios. Esos mismos cristales son aprovechados como tablón de anuncios y en ellos se enganchan normativas, directrices y todo lo que deba dar a conocer a los pacientes. Las habitaciones compartidas tienen ocho camas. Entramos en una de ellas y saludamos a ocho jóvenes que acaban de ser operadas. Les han practicado una mastectomía hace unas horas. Nos sentimos violentos al asaltar su intimidad, pero ellas nos sonríen. Ya lo he comentado, pero son muy jóvenes. En África el cáncer de mama afecta a mujeres desde los 13 años y de una manera más virulenta que a las mujeres blancas.

Seguimos con nuestra visita sin dejar de sorprendernos de la obsoleta máquina de mamografías, del scanner analógico que les obliga a tener un laboratorio de revelado, del banco de sangre que es una pequeña nevera cuya puerta se abre y se cierra sin control (la abrieron para nosotros animando a Claudia a hacer unas fotografías…), de las habitaciones reservadas para los VIP y donde en España no serían más que un almacén. Las sesiones de quimioterapia se reducen a una enfermera con una jeringa que introduce el medicamento poco a poco en el cuerpo de la paciente. Una maltrecha puerta de madera siempre entreabierta da acceso al quirófano. Las sandalias en el suelo de la entrada indican que está ocupado. Para los momentos de más calor hay repartidos por el techo una serie de ventiladores dignos de cualquier película de Humphrey Bogart. En el exterior hay dos zonas diferenciadas. Por un lado, los despachos de administración y archivo con un orden propio. Por el otro, las consultas externas.

Pero el trabajo que llevan a cabo es ejemplar. Luchan contra todo tipo de impedimentos para dar servicio a las mujeres que lo necesitan. Avanzan cada día un poco más en la lucha contra el cáncer de mama y quieren acercarse a la manera de tratar al paciente que tenemos en los países mal llamados desarrollados. Mucho tenemos que aprender de un continente como el africano, que con los recursos de los que dispone va avanzando poco a poco en temas como este.

Al poco de empezar nuestra visita llega la gran protagonista, el alma mater de los hospitales Peace & Love y de la ONG Breat Care International: la Dra. Beatrice Wiafe Addai, una mujer con unas formas de actuar un tanto curiosas, pero con un corazón que no le cabe ni en todo el cuerpo. Nos abraza y nos convoca en la sala de reuniones para una rueda de prensa con los medios ghaneses. Entramos en la sala y el proyector lanza una imagen fija a la pantalla blanca que cuelga del techo. En ella se puede leer: “Welcome Claudia & Maccioni”. Bueno, ellos lo intentan. Pero la verdad es que en estas cosas son un auténtico desastre. Lo confirmamos unos días después cuando leemos en los periódicos cosas como que hemos tardado una semana en llegar desde Barcelona, o que la ruta empieza en Niger, o que Claudia ha conducido desde España, o cosas por el estilo.

Tomamos asiento en la primera fila y esperamos. Cuando la Dra Wiafe (Dr. Be, para ellos) entra por la puerta la reciben aplausos y saludos. Antes de empezar el acto, un rezo (árabe en este caso) que realiza un periodista. Empieza el acto con una danza tradicional. Una mujer un tanto estrafalaria empieza a moverse a ritmo de una música tribal. A los dos minutos y ante las risas de todos los presentes, me saca a bailar. Las risas van en aumento y pasan a se carcajadas. Cuando la mujer empieza a saltar y dar brincos, le pido permiso para sentarme. Ahora le toca a Claudia, que se defiende un poco (solo un poco) mejor que yo…

Acaba la danza y la Dr. Be (aquí son Dr sean hombres o mujeres) realiza una introducción a la prensa de los hospitales (hay otro en Accra) y de BCI. Nos hace levantar para presentarnos. Comenta todo el recorrido, los días que llevamos viajando, cosas de la furgoneta (no se pueden creer que “vivamos” en el coche), anécdotas del primer mail que recibió de parte de Claudia y que pensó que era spam… Y eleva el tono para anunciar la cuantía de la donación al tiempo que mira a Claudia con mucha emoción pidiéndole a dios que la proteja toda la vida.
Nos pasa el micro para que hablemos un rato con los presentes y cuando acabamos abre el turno de preguntas. Un periodista abre fuego con una pregunta. Y después de eso, se acabó la rueda de prensa.

Nos trasladamos, para los cortes de voz, al despacho de la Dr. Be, el único con los cristales tintados. Aquí no hay cortina.

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150 dólares

Los días de frontera son largos. Es una de las cosas a las que debes acostumbrarte cuando viajas por África. Y también debes saber que Ghana es uno de los países del oeste africano que más trabas pone a la hora de entrar. La razón no está clara. Tiene recursos (se encontró petróleo, lo que disparó su “valoración” mundial), industria, grandes ciudades. En cambio, parece que el turismo no va con ellos. Pero es nuestro destino principal, así que debemos ir.
Plantarse en la frontera de Burkina Faso con Ghana no lleva mucho tiempo. Son relativamente pocos kilómetros desde Ouagadougou. Eran las 11:30h cuando llegamos. Y salir de Burkina Faso tampoco fue difícil. “El día pinta bien!”, pensé.

Y así era hasta que llegamos a la frontera de la policía ghanesa. En las fronteras tienes, por un lado, la policía que te sella el pasaporte. Y por el otro, la aduana que te “sella” el vehículo. Nunca debes olvidar que necesitas los dos sellos, el de la persona y el del coche. Si no te van a cobrar nada por las gestiones que realicen por el coche, no te lo recordarán. Así que estate atento y pregunta siempre cual es el siguiente paso. No quiero ni imaginarme qué pasaría si accedemos a un país sin haber pasado por la aduana…

Nos presentamos los dos ante la policía. Nuestro contacto en Ghana, la gente de Breast Care Internacional, nos había facilitado unos visados ya que en Senegal no nos los hacían si no teníamos la nacionalidad senegalesa, que no es el caso… Rellenamos la ficha inicial, nos toman una foto para el visado biométrico (menuda farsa esto del visado biométrico en África…) y nos hacen entrar en una sala y sentarnos frente a un funcionario. A este hombre le debimos parecer de Marte, pues nos leía la petición de visado que le entregamos en voz alta, muy despacio, una y otra vez. Sobre todo la parte en la que ponía “payment on arrival”. Y lo leía. Y lo volvía a leer. Y nosotros respondíamos que lo entendíamos y que todo ok. Lo hizo una vez más para luego decir: “150 dollars for each one”. Casi nada…

Habíamos sacado dinero en un cajero, pero no tanto. No nos esperábamos ese precio. Preguntamos el porqué de esa cantidad y nos dijeron que era una Emergency Visa. Así lo ponía en el papel que nosotros mismos le entregamos: EV. Y no te queda otra que pagar. «Tarjeta de crédito», dijimos. No cobran con tarjeta de crédito en casi ningún sitio por debajo de Essaouira (y estamos hablando de Marruecos…). Pero por intentarlo que no quede. No tuvimos éxito. La solución era volver a entrar en Burkina Faso para llegar a un pueblo llamado Pò, donde hay un cajero. Así que cojo la bici (sí, esa que está soldada y apañada de mala manera) y me encamino de nuevo a la frontera de Burkina Faso. Les explico a los funcionarios el problema y entre las risas que seguramente les provocaba el ver a un tipo blanco, sucio, sudado, con chancletas y en bici y el pedir permiso para entrar en su país de nuevo sin sello y en un francés pésimo, pues me dejaron pasar. No sin antes desearme que tenga suerte, porque desde la frontera hasta el cajero más próximo hay 20km a pleno sol. Y un sol de los que abrasan. No era buena idea ir en una bici hecha un trapo…

Busco una solución en forma de taxi-moto en el pequeño poblado fronterizo sin nombre. Negociamos el precio y le digo que me parece demasiado caro. Empiezo a caminar esperando el típico: “ok, ce bonne”. Pero esta vez lo que consigo es un reproche y que el “taxista” arranque su moto rápidamente y se dedique a decirle al resto de taxi-motos que no me lleven por menos de 10.000 cefars (él me pedía 4.000). Muy majete…
La chulería mafiosa de este tipo me obligó a empezar a caminar en busca de un taxi-moto “no oficial”. No tuve suerte. Me decanté entonces por seguir caminando hasta que una mujer me dijo que no siguiera, que desde donde estaba hasta mi destino no había ninguna sombra y que si seguía estaba “fou” (loco, palabras literales). Así que volví hacia el pequeño poblado fronterizo en busca de algún otro tipo de transporte. Vi un taxi (coche esta vez) y negocié el precio: 750cefars por trayecto. Lo que hacía un total de 1.500. Perfecto!
Aquí los taxis funcionan de la siguiente manera: son seis plazas “legales”. Y un taxi nunca arranca hasta llevar 6 pasajeros. Y yo era el tercero. Debíamos esperar a tres personas más. Las esperas suelen ser largas y tienes tiempo para pensar. Y me puse a hacerlo para, finalmente, darme cuenta de que no llevaba ni un cefar encima. Llevaba el pasaporte y la tarjeta de crédito. Nada más.

Hablé con el taxista para ver si me podía llevar hasta el cajero, parar, sacar dinero y pagarle. Pero le pareció demasiado sacrificio. Así que estaba otra vez como al principio pero con dos horas de sol de más encima de mi cabeza. Y Claudia, en la furgoneta inmovilizada entre las dos fronteras. Me puse a caminar de nuevo sin éxito. Nadie me rebajaba el precio. Cuando ya no sabía qué hacer y me disponía a volver a la furgoneta para esperar al día siguiente se acerca un chaval con su moto y me dice que por 5.000 me lleva y me trae de vuelta a la frontera. Y que le pago después. Al final lo acordamos por 4.000. Por fin…
De ahí hasta Pò con el gas a fondo. Pero llegué a las 17.00h, antes de que cerrase la frontera a las 18.00h.

Contento y con el dinero (y con más sol de la cuenta encima) entramos de nuevo en la garita para pagar los visados. Nos habían dicho que el cambio de 150 dólares era 100.000 cefars por cabeza. Se lo damos al policía y entonces, me ilumino: «serán realmente 150 dólares esos 100.000 cefars que nos han dicho?». Salgo de la habitación con una excusa tonta y vuelvo a la furgo a mirar el cambio oficial que aparece en la guía que llevamos. No cuadra ni por asomo. Lo correcto sería 70.000 cefars por cabeza. Vuelvo a entrar, se lo comento a Claudia y les decimos lo que ocurre. El dinero ya no está encima de la mesa donde lo dejamos cuando salí hacia la furgo. Lo tiene el jefe de frontera en su despacho. Discutimos con los funcionarios hasta que ese jefe, cansado de oírnos, nos hace entrar en ese despacho y nos explica que el cambio es correcto porque es la comisión que él cobra por tener que cambiar de cefars a dólares. 60.000 cefars de gastos extras para cambiar. Menuda cara más dura… Más discusiones con la chulería extrema del jefe y su segundo de a bordo hasta el punto de decirnos que o le pagábamos en dólares o no nos daba el visado y que dormiríamos allí hasta que así lo hiciésemos. Claudia se arranca: “¿Porqué se tiene que pagar en dólares? Que yo sepa, esto no es Estados Unidos aunque se hable inglés! Esto es Ghana y vuestra moneda es el cedis! Así que si quieres cefars, como en un principio habías dicho, bien. Y si no, cambiamos a cedis y te pagamos en cedis! Pero en dólares, NO!”.

No hay manera. Le digo a Claudia gesticulando que llame al jefe de inmigración (que es quien nos había firmado la invitación/ visado). Y de repente, el jefe se pone a rellenar el recibo por un valor de 80.000 cefars, le da la orden a su segundo para que nos ponga el sello y listos. Nunca sabremos qué les hizo cambiar de opinión. Suponemos que llegaron al punto donde la gente paga o no paga. Y saben que si pasas de ese punto estás dispuesto a no pagar. Y nosotros lo pasamos…
La aduana de la furgo, por suerte, fue rápida y legal.

Llegamos hasta Bolgatanga, la primera ciudad de Ghana ,con la intención de encontrar un sitio rápidamente en el que descansar. Todos los posibles alojamientos estaban llenos. Todos menos uno. Un pequeño antro bajo el nombre de Sandgardens. La habitación no tenía nada que envidiar a la de cualquier hostal de puerto que todos hemos visto en las películas españolas que se centran en las aventuras y desventuras de gente más o menos marginal. Horrible no lo define del todo bien… Pero dormir en la furgo no nos pareció seguro. Así que, derrotados, sucios, sudados y malhumorados nos duchamos y nos metimos en la cama. Pero el día no podía terminar sin alguna sorpresa más: la fiebre, que me quiso acompañar toda la noche. Pensamos que sería malaria y nos hemos equivocado. Debió ser una insolación. Pero hemos llegado a Ghana, que era lo importante.

Todo lo explicado no puede ilustrarse. En las fronteras no se pueden hacer fotos y llegamos a Bolgatanga ya de noche. Esa es la razón por la que este post solo tiene dos fotografías…

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Bicis y gusanos

Puedes leer por ahí que Burkina Faso es un sitio para quedarse más tiempo del planeado. Pues debe ser cierto. Un país que se puede cruzar en tres días (a nuestro ritmo, con un coche normal te lo pules en un día) nos costará, si todo va bien, una semana entera. Son muchas cosas las que ocurren aquí. La gente es seria si la comparas con los malís (nadie se pone de acuerdo si son malís o malineses). Pero a la que entablas una conversación se destapan como muy amables. Te dan la bienvenida a sus país y se interesan por ti, por cómo va el viaje, por saber de dónde eres, por tu familia incluso. Y no te molestan. No vas por la calle seguido por una hilera de personas intentando venderte algo. Puedes pasear, mirar algo que te gustaría comprar, hacer fotos, tomarte un café en un bar…

Bobo-Dioulasso es, ya lo dijimos, la segunda ciudad de Burkina Faso. Viven cerca de 450.000 personas, pero la verdad es que cuesta imaginar dónde se meten. No parece tan grande. No hay edificios, no hay grandes barrios. Lo único que hay es polvo y en época de lluvia, como ahora, charcos y barro. Por todas partes hay agua que se queda estancada y se llena de mosquitos. Que te destrocen los pies y los brazos a picotazos es fácil. Y mejor usar un anti mosquitos efectivo de verdad y no lo que todo la gente en España usa: Relec extra fuerte. Debemos visitar las farmacias de aquí para que nos den un remedio urgente…

Bobo (así la llaman) es, en definitiva, agradable. Y está llena de gente agradable. Tanto oriundos como extranjeros. Nosotros coincidimos con una familia francesa de lo más simpática: Fanny, Mika, Satine y Toscan. Son profesores en Nimes. Y viajan con sus dos pequeños de 4 años y 6 meses. Son viajeros. Trabajan para viajar. Este año han decidido pasar los dos meses de vacaciones que tienen visitando Burkina Faso. Nosotros hemos decidido hacer como ellos. Seguir viajando pero a un solo destino y estar el tiempo necesario para conocer a fondo todo un país. Fanny y Mika llegaron a Burkina Faso en avión, se compraron dos bicis y se mueven con transporte público. Y coinciden que África es duro. Y más con dos niños pequeños (uno de ellos un bebé). Tienen un blog muy interesante que recomendamos visitar (si quieres leerlo, haz click aquí).

De ellos, a parte de una cena muy agradable, sacamos una forma de ver las ciudades: en bici. Uno de los días se fueron a visitar una población cercana a Bobo y nos ofrecieron sus bicicletas. No lo dudamos ni un segundo y nos lanzamos al tráfico africano pedaleando. La experiencia nos gustó tanto que ahora tenemos dos bicis vintage africanas dentro de la furgo. Y digo dentro porque el primer día las pusimos en la baca y al pasar por el primer árbol una rama se coló por el cuadro y partió mi bici en dos y dejó la llanta para tirar. Una chapuza con soldador y unos pisotones a la llanta me permiten seguir rodando. La máxima de por aquí: seguir rodando. Harán lo posible para que no te quedes parado. Aunque sea una de las peores chapuzas que haya visto en toda mi vida. Ahora no tengo frenos, voy con una bici en la que el chasis está doblado como si le hubiera pasado un camión por encima y con una rueda que parece un tobogán de un parque acuático. Pero me desplazo. Genial…

Para entrar a Ghana hay dos opciones: o por una carretera desde Bobo o bien desde la capital, Ouagadougou. La primera, que es la más corta, está impracticable en época de lluvias. Y además es de arena. Una arena que aquí es arcilla y que cuando llueve se convierte en un barro implacable. Al mínimo error, te quedas atrapado. La solución es desplazarse hasta la capital, a 370 km al este. Queríamos dormir en un poblado auténticamente Burkino y lo hicimos. La experiencia es inolvidable. Tanto por sus habitantes como por sus múltiples animales e insectos. A contar: burro, lagartos, tortuga, gallinas, hormigas gigantes, mosquitos, moscas, libélulas, pulgas… Pero la ducha africana (un espacio al aire libre con un barreño lleno de agua y un cazo para coger el agua y echártela por encima) y los niños que jugaban sin parar hace que olvides cualquier tipo de incomodidad.

La noche fue larga, pues a las 20h ya estábamos metidos en la furgo. Sin luz eléctrica, con noche cerrada (aquí anochece a las 18.30h), con mosquitos y hormigas picándote y con una compañía que no habla apenas francés, poco se puede hacer. Al levantarse, un té, un café y a seguir camino. Un poco de pan con mantequilla acompaña a la bebida. Lejos queda el homenaje que nos dimos en una tienda de productos orgánicos de Bobo, con su cerveza artesanal y sus platos combinados de productos vegetarianos. Y si seguimos hablando de comida, una de las anécdotas del viaje la hemos tenido en Ouagadougou.

Andábamos con las bicis buscando un mecánico que fuese capaz de afinar ligeramente los desperfectos que había sufrido la mía. No lo encontramos, pero nos paramos delante de un local del que salía música en vivo. Un pequeño grupo de música africana nos esperaba en una especie de plaza de pueblo andaluz. No por lo bonita, sino por la distribución con una gran zona central al aire libre y sus laterales cubiertos. La música sonaba y observábamos las habilidades de la gente para bailar. Esta claro que los negros llevan la música en los huesos.

En una de estas aparece un hombre con una bolsa de la que sacaba algo que se llevaba a la boca. Se acerca y nos ofrece unos gusanos que ya habíamos visto en un mercado rural y que visualmente son poco agraciados. Habíamos estado observando que la gente comparte todo lo que come y que es un feo muy importante rechazar algo a lo que te invitan. Así que no nos queda otra. Nos miramos y nos lo llevamos a la boca: un gusto entre quemado, ahumado e indefinido. Y cruje… Lo acabamos de empujar con un poco de cerveza y nos pedimos unos cacahuetes, que por cierto no están tostados y son frescos.

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Malí y un mes

Mali está ahí. Siempre lo ha estado. Me refiero a que desde un primer momento fue un destino que nos planteamos. El porqué no está muy claro. Supongo que las dificultades de visitar un país que está en guerra lo hacen más atractivo. Así que la decisión “obligada” de pasar por Malí nos llenó de emoción. Al principio.

Es cierto que era nuestra única opción de llegar a Ghana una vez anunciado que no pasaríamos por Guinea (quizás a la vuelta?), así que no hay otra. Tienes que pasar sí o sí. Y eso, quizás, fue lo que más me costó. No fue una decisión tomada relajadamente estirados en la cama de un hotel con aire acondicionado. Aunque, la verdad sea dicha, habíamos decidido pasar por Malí a la vuelta. Pero fue en caliente, sin reflexionarlo. Sin pensar en pros y contras. Y claro, si estás acostumbrado a ver las noticias y a escuchar lo que dice la gente y a leer foros de aventureros que hablan mucho sin salir de casa, pues le coges respeto a las cosas. Llámale respeto; llámale miedo. Y yo sentí miedo. Era algo inconsciente, algo que salía de mi interior. Llevábamos 20 días viajando y no sabíamos nada de la situación del país. Pero allá íbamos. Nos levantamos en Tambacounda, Senegal. Y las sábanas se me pegaban. Seguramente de forma más que consciente. Buscaba, sin conseguirlo, retrasar el momento de partir hacia Malí, hacia ese infierno que mi cerebro imaginaba influenciado por todo: los telediarios, los periódicos, internet, la familia, los amigos…

Pero llegó el momento de subirse a la furgoneta, de ponerse detrás del volante, de encender el motor. Y la tensión fue aumentando. Claudia era la diana perfecta para descargar mis miedos. De hecho era la única. Tuvo que soportar mis enfados y mis reproches por haberme llevado hacia donde inconscientemente no quería ir.

Y llegamos a Malí. La frontera fue un pequeño infierno. No por los funcionarios, sino por la cantidad de camiones que había. Se tiene que atravesar un poblado de estrechas calles de fina arena batida. Y cuando llevas una hora de cola detrás de estas moles que lanzan calor al exterior como si fueran hornos con ruedas llegas a la aduana. Sorpresa: “donde están los pasaportes sellados?”, logro entender. “No los tengo” pienso para mis adentros y empiezo a sudar. “Dónde los sello?” pregunto en un mal francés. Malo. Muy malo. Estaba al otro lado del pueblo. Eso significaba que teníamos que dar marcha atrás, sellar los pasaportes y volver a hacer la cola. Pero lo hicimos. Y no nos pareció tan mal. Por que te acostumbras a todo esto. La burocracia, las colas, las horas de espera, los funcionarios en sus cuchitriles llenos de papeles y suciedad. Lo que al principio te llama la atención y te desespera y te recuerda que eres occidental, ahora es un puro trámite que pasas sin más. Sin nervios. Sin miedos. Una sonrisa en la boca y cara de pardillo. Eso ayuda mucho. Será que algo ha cambiado en nosotros desde que pusimos los pies en África…

Así que después de unas dos horas y media ya estábamos circulando por Malí dirección a Kayes, a unos 200km de la frontera. Nos sorprendió la calidez de la gente y lo auténticos que son. Si les saludas con la mano, se les forma una sonrisa. Dejan ver sus blancos dientes, sus bocas abiertas. Ríen y se les ve felices. Y si paras, acuden a ti, pero no para venderte nada. En realidad sí. Te venden algo, lo que tienen. Pero si les dices que no, no les parece ningún desprecio, no insisten y rápidamente te dan las gracias y se van. No hay signos de violencia por ningún lado. Claro! Estamos en el sur y aquí parece que no haya habido guerra. Pero mi cerebro no quiere reconocerlo. Estamos en Malí y eso es lo que cuenta. Por suerte sus gentes son encantadoras. Y todos los miedos desaparecen.

Malí es tan bonita y su gente tan diferente al resto de lo que hemos visitados que volveremos. Nos ha encantado la experiencia. No tienes buenas conexiones a internet, no hay campings, no hay infraestructuras turísticas. Pero es maravilloso. Hemos vivido situaciones que no hemos podido vivir en otros países. Y es precioso. Mucho. Mi cerebro se liberó por fin de la tensión y empezó a disfrutar. Que maravilla viajar así.

Pero desgraciadamente sólo tres días han sido suficientes para dejar atrás este país. La segunda jornada fue maratoniana, con 670 kilómetros en 12 horas, problemas con la gasolina y circulando más de tres horas de noche, la prohibición máxima de los que viajan con coche por este continente. Llegamos a Bamako exhaustos, sucios, sudados y con ganas de meternos en la cama. Y eso hicimos para poder continuar al día siguiente hacia Sikasso, a solo 50 kilómetros de la frontera con Malí. Pero la aventura nos tenía preparada la primera sorpresa en forma de avería mecánica importante desde que salimos de Barcelona.

Al parar en una estación de servicio a repostar y mientras el gasolinero llenaba el depósito de la furgo con gasoil bueno (en Malí es muy difícil encontrar buen combustible) me dio por mirar la parte trasera. Vi una mancha a la que no di importancia. Aquí todos los coches pierden aceite. Pero esta vez observé como la mancha se iba haciendo grande. Sin duda la fuga la teníamos nosotros. Aparto la furgo y con la mano compruebo que es gasoil. Primer pensamiento: “mierda!”. Segundo pensamiento: “vale, vamos a ver qué pasa”. Al abrir el compartimento del motor encuentro que en la zona del primer inyector hay un charco de combustible. Pero después de comprobar veo que es un tapón del sobrante que está rajado. No tengo recambio para eso, pero esto es África y aquí lo arreglan todo. Encuentro al mecánico del pueblo debajo del suelo de una limusina Hummer (¡!) que había atraído la atención de todos los que allí vivían. Incluso los trabajadores de la gasolinera se habían acercado para ver el espectáculo. Le enseño mi problema, me dice que ahora vuelve y a los dos minutos aparece con un apaño de los que no se le ocurren a un mecánico europeo en 10 horas: un tubo de presión con un tornillo enroscado en la punta a modo de tapón. Fantástico! Lo coloca, arranco y observo como esa fuga queda reparada pero ahora pierde por otro lado. Un calentador nos quiere fastidiar. Me subo al techo, abro la caja de herramientas, cojo una llave de tubo del 10 y una llave inglesa. Bajo del techo, le meto un apretón sin mucha confianza. Arranco y… solucionado! Vuelvo al techo, cierro la caja de herramientas, ato todo fuertemente, me bajo y seguimos camino.

Sikasso forma parte de esas ciudades poblado medio caóticas. Dormimos en un hotel junto con toda una tropa de observadores de la UE. Sí, en Malí hoy domingo día 28, hay elecciones. Nos enteramos en la frontera, pero ya no había vuelta atrás. No nos hemos encontrado ni un problema desde que entramos. Y las tropas francesas solo las vimos en Bamako.

Salimos de Malí y en Burkina Faso nos reciben una cuadrilla de policías de lo más divertidos. Tanto que al enterarse de que estamos recién casados nos montan una boda improvisada, con abrazo incluido. Pasamos un buen rato y seguimos dirección a la aduana donde estaremos más de una hora esperando a que el funcionario tuviera ganas de ponerse a trabajar. Una vez se lo toma en serio y vuelve a su sitio, en cinco minutos salimos de allí. A los 500 metros, un control. Bajo y me voy a ver al funcionario a su garita. Me pide los papeles del coche, apunta lo que le parece como por ejemplo que el coche es un Volkswagen Castellón (cuando esa es la provincia donde lo compré) y me pide 2.000 cefars. Y por primer vez oigo a mi boca decir: “no, no pago si no me das un recibo” y la cara del militar empalidece. “Cómo? No quieres pagar? Aquí paga todo el mundo!”. Sentía miedo, pero estaba lanzado: “si no me das un recibo, no te pago”. Salgo de la garita y le digo a Claudia que prepare 2.000 cefars (por lo que pueda ser). El funcionario aparece a lo lejos, me grita y me dice con la mano que siga. Me siento medio orgulloso de lo que acabo de hacer, medio temeroso de las represalias que puedan llevar a cabo en el siguiente control. Pero no, no pasa nada…

Así que seguimos disfrutando de un paisaje cada vez más verde y frondoso. Al cruzar un puente vemos a unas mujeres lavando la ropa. Paramos, cogemos una tela y nos bajamos con ellas. Les pido que me enseñen cómo se hace. Me pasan el jabón y se ríen un buen rato de mi poca habilidad para lavar la ropa en el río. Decidimos ir hasta Bobo, la segunda ciudad de Burkina Faso. De momento, la avería sigue solucionada… Y por cierto, hoy cumplimos un mes de aventura!

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Toubab! Hombre blanco

Querer descansar cuando estás viajando por África es legítimo. El calor, la comida, el idioma, las relaciones con la gente… todo te agota. Y este continente tiene ugares en los que relajarse. Uno de ellos es la Casamance, en el sur de Senegal. Cruzas Gambia como tú quieras, rápidamente o de forma lenta. Y después ya puedes empezar a relajarte en las playas senegalesas de más renombre. Las fronteras se pasan rápidamente. Los policías son amables y te dicen qué tienes que hacer en cada momento. Así que en 10 minutos ya has pasado las dos, la de Gambia de salida y la de Senegal de entrada.

Kafountine. El nombre que nos abría las puertas al descanso y al paraíso semi- tropical. Antes de salir de Barcelona habíamos decidido pasar unos días a modo de luna de miel en un hotel de la Casamance. Y allí íbamos. A disfrutar del no hacer nada, del tomar el sol, del dormir en una cama…
Llegamos a esa población rápidamente. Seguíamos las indicaciones del Esperanto Lodge, donde nos esperaban para el día siguiente según nuestra reserva de Internet. “Mira! Aquí hay un letrero que indica que debemos coger este camino”. Y giro sin más. De repente aparece ante nosotros un camino de basuras y agua estancada, con sus cabras adornándolo todo. Claudia, que no había visto el letrero indicativo empieza a dudar: “estás seguro de que ponía Esperanto Lodge?”. “Sí, a tres kilómetros… creo”. Así que decidimos seguir. Empezamos a pasar charcos cada vez más profundos. 1 kilómetro. 2 kilómetros. 3… Y por fin, nuestro destino.

No se sorprenden de vernos llegar con un día de antelación y sin avisar. Aquí no se sorprenden por nada. Nos dan la llave de la cabaña y nos dicen que a las 20h estará la cena lista. Ellos eligen el menú. Nos duchamos, nos acicalamos y ya estamos listos. Cenamos, una infusión y a dormir. A la mañana siguiente un buen desayuno, un poco de lluvia, un rato de playa, una buena caminata y una siesta de dos horas. Por la tarde, nada. Y por la noche, nada. Bueno sí, decisiones importantes sí que tomamos… Pero aquí, a la Casamance, se viene precisamente a eso: a no hacer nada. Y nosotros fuimos muy aplicados.

Esas decisiones aportan cambios importantes en el proyecto de 10fronterasfotofurgo. Ya habíamos comentado que no íbamos a visitar Guinea-Bissau. Pero la novedad más importantes es que tampoco vamos a ir a Guinea Conakry. La noche del segundo día leímos aterrados que en N’zerekore, una de las ciudades que están en la ruta que debemos seguir para ir a Costa de Marfil, han quemado vivos y degollado a 54 personas. Son confrontaciones étnicas que cuando se inician son muy difíciles de controlar y que se contagian rapidísimamente por todo el territorio. Estamos avisados por una web de periodistas españoles que trabaja en Conakry de lo frágil de la situación, ya que este país está en pleno periodo de elecciones y el vacío legal que se produce es el caldo de cultivo ideal para las revueltas y los abusos de unos sobre otros. Sin control.

Así que una vez tomada la decisión de no pasar por Guinea (así es como se le llama en África, a secas, sin Conakry) la única ruta que nos permite llegar a Ghana es pasar por Mali. Sopesamos la situación, lo comentamos con otras personas y al final decidimos ir. No disponemos de visado, así que nos tocará volver a Banjul, la capital de Gambia, a hacerlo. No tuvimos suficiente con la búsqueda desesperante del visado para Guinea (un visado que finalmente no vamos a usar…) sino que ahora nos animamos y volvemos a por otra ración de nuestra particular búsqueda imposible. Así que a la mañana siguiente ponemos rumbo a Banjul. En la frontera nos preguntan qué ocurre con nuestro “up & down”. Se lo explicamos y todo ok. Llegamos a Banjul sobre las 14h de un domingo. Deberemos esperar al lunes. Volvemos al Camping Sukuta, donde Christian, el austríaco que viaja en bici, sigue cuidando de Adonis, el perro del dueño del camping (que está de viaje a Alemania). Le explicamos qué ha ocurrido y nos comenta que el lunes es fiesta nacional en Gambia. Pues nada, lo celebraremos con los gambianos. Bueno, no. Nos iremos a la playa con Christian, que nos ha dicho que conoce una muy limpia y donde no hay nadie.

Pasamos la tarde intentando colgar la colada que hicimos en la Casamance, donde nos llovió toda la noche y fue imposible secar. Pero aquí parece que tampoco nos va a dejar. La colgamos, pero la humedad hace que sea tarea imposible. No corre nada de brisa. El calor es asfixiante. Sudas sin hacer nada más que respirar. La noche será larga pese a dormir con todo abierto: puertas, ventanas, portón lateral, portón trasero…

La mañana llega rápidamente. A las 6 ya es de día. Recogemos la ropa, que sigue húmeda y nos vamos a buscar algún lugar con wi-fi. Lo encontramos en la zona más turística, pero mientras miramos el correo y demás, la red se cae y Gambia se queda sin Internet. Este país merece un post a parte. Por un lado es agradable. La gente sonríe, los niños de las aldeas gritan “Toubab!” (algo así como hombre blanco) cuando te ven. Por el otro, a la mínima que te adentras, ves sus miserias tan acentuadas que te sorprende. Por que en Gambia todo es bonito, todo está bien, todo es seguro. Pero descubres que es una fachada a punto de derrumbarse. Y al final te cansa de tanta falsedad.

Por la tarde vamos a la playa con Christian (en coche, no en bici…) y la verdad es que supera todas nuestras expectativas. Está limpia, es grande y solo para gente autóctona. Nos reciben muy bien, con sus amplias sonrisas. Pero esta vez no nos piden nada a cambio. Disfrutamos de un fantástico baño, nos reímos con Adonis y su habilidad para surfear, ayudamos a unos pescadores a meter su barca en el agua y vemos como se aproxima una tormenta tropical de primer orden. Nos vamos al camping, donde tenemos más ropa colgada (la de color…). Llegamos a tiempo para recogerla, pero cuando nos ponemos a cenar empieza a llover abundantemente. Esto es la estación húmeda, así que hay que aguantarse.

El martes vamos en busca de la embajada de Mali. No la encontramos por que, sencillamente, no hay. Pese a que en la guía y en Internet aparece. “Nos harán el visado en la frontera”, decidimos nosotros mismos. Así que empezamos a desplazarnos hacia Mali. No salimos hacia Senegal, donde las carreteras son pésimas, sino que circulamos por Gambia con unas infraestructuras dignas de cualquier país europeo. La cooperación internacional está presente en todos y cada uno de los poblados que cruzamos. Y hay uno cada 500 metros. Parece como si los gambianos estuvieran acostumbrados a pedir y que se les dé todo lo que piden. Si no es Noruega, es Italia. Y si no, España. O Francia. O Inglaterra. Gracias a este último país podemos dormir apaciblemente en un campamento Scout en la pequeña localidad de Soma.

Llegamos por una pista de tierra y lo vemos a la izquierda. Abdullah, un guía con el que conversamos en una parada para descansar y que habla un perfecto español, nos había puesto sobre aviso de la existencia de este campamento. Lo encontramos rápidamente y somos bienvenidos. Es un campamento de Scouts ingleses que vienen cada año en diciembre. Así que ahora no hay nadie más que los cuidadores y los chicos Scouts del pueblo. Hablamos con ellos (de fútbol, como no) y cuando llega la hora de romper el Ramadán (a las 19.30) nos invitan a sentarnos con ellos. Pollo con pasta de arroz, patatas y lechuga. No tiene muy buena pinta, pero está buenísimo y para un vegetariano como yo es una buena manera de comer algo de carne sin mirar mucho qué comes…

A la mañana siguiente nos ponemos en marcha muy pronto. Son las 7h. Hay una luz espectacular y un movimiento que no habíamos visto. Los campesinos aprovechan las horas más frescas para labrar el campo (a mano…), recolectar, abonar, arreglar un tractor o lo que se tercie, que en África se tercian muchas cosas…
Finalmente no nos queda otra que volver a Senegal y sus carreteras infernales. SI te alejas de la red principal que rodea a Gambia, no puedes pasar de 10km/h a riesgo de reventar el coche, la furgo o el camión por los terribles socavones que hay cada tres metros. Tambacounda es el lugar escogido para descansar antes de seguir hacia Mali.

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Maravillas senegalesas y otras cosas…

Senegal te recibe con los brazos abiertos y te atrapa. Es lo que nos ha pasado. Llevamos 5 días enteros en el país y todavía estamos en Dakar. Las razones son sencillas. La primera se llama Saint Louis. Es una pequeña ciudad colonial al norte del país que posee un carácter propio. Sus gentes son alegres y están encantados de verte. Y si te sacan unos cefars, más todavía. La moneda oficial es el Franco CFA que responde a las siglas de Franco de Colonias Francesas de África, pero todos le llaman cefars. Allí fuimos buscando algún sitio en el que dormir y nos encontramos el Camping Ocean, que forma parte de un hotel, el Dior. Viniendo de Mauritania y habiendo dormido en una gasolinera el día anterior, este camping nos pareció el paraíso. Y decidimos quedarnos a descansar y recuperarnos del palizón de cruzar la frontera de Rosso. Piscina, acceso directo a la playa, sombra, tranquilidad, buena comida. Y nos gustó tanto que decidimos quedarnos un día más…

La “tortura” llegó al día siguiente. Nos metimos en el cuerpo un montón de kilómetros: 20 en total. Sí, no está mal escrito. 20, sin ningún cero de menos. Fue el recorrido que separa Saint Louis de un punto de encuentro de overlanders: el Zebrabar. Pensábamos que el paraíso estaba en el Ocean, pero nos habíamos equivocado. Llegamos allí para buscar consejo, pues habíamos leído que el propietario (un suizo llamado Martin) informaba de casi todo lo informable en Senegal. Así que allí nos plantamos. Después de hablar con él un buen rato y de quedarnos tranquilos con el tema de si renovar o no el Carnet du Passage en Doune (CPD) en Dakar con un límite de 48 horas, de qué hacer si nos paraba la policía y nos pedían papeles que no nos debían pedir, de si acceder a Gambia y salir era más fácil o más difícil que entrar en Senegal y unas cuantas cosas más nos sentamos a tomar un agua fresca.

Y nos quedamos maravillados con lo que vimos. Es inexplicable. No hay palabras. Se tiene que ver. Y lo vimos. Tan claro lo vimos que ninguno de los dos se atrevía a proponer lo que ambos deseábamos: quedarnos allí por lo menos una noche. No es solo el paisaje, con la laguna salada donde bañarte; ni las mesas al borde del agua en las que pasa un viento refrescante; ni los niños del poblado que comparten contigo risas y juegos sin pedir nada a cambio; ni siquiera los baños y las habitaciones para huéspedes que se integran en el paisaje perfectamente. Es eso junto y el ambiente que se respira. Hablando con Martin nos comentó que él todo estuvo 25 años viajando por África (fue vendedor de coches que compraba en Europa y vendía en Túnez y Níger) y que sabía perfectamente lo que el aventurero busca cuando lleva días y días viajando. Y es cierto que lo sabe. Sin estrés de ningún tipo, en medio de un parque natural, sin luz eléctrica (solo placas solares), sin agua caliente “artificial”, sin internet, con hamacas por todas partes, con perros, con gatos, con sus hijos, con la laguna, con la naturaleza, con un torreón a modo de observatorio, con rayos y truenos, con calor, con viento, con arena, con sus amables trabajadores, con su acordeón, con sus charlas…
Le caímos bien. Cenamos juntos, con su hija mayor y su nueva pequeña, una senegalesa de 19 meses increíblemente alegre en proceso de adopción. Y cenamos todos los que allí estábamos tras un pequeño concierto que Martin dio con su acordeón y que es la llamada a los que tienen hambre. Por que en el Zebrabar tampoco hay radios que desgarren los oídos con música que no siempre apetece escuchar. La música la pone él cuando quiere. Y siempre acierta.

A la mañana siguiente nos despedimos con mucha pena. Casi tanta pena como ganas de volver cuando estemos de regreso. Y enfilamos hacia Dakar. Teníamos que parar en la capital para hacer visados. Necesitábamos el de Gambia, el de Guinea y el de Ghana. Pero decidimos ir al Lago Rosa, que está fuera de Dakar, a unos 30km al norte. Solo pensar en llegar al Lago Rosa con la furgo me ponía los pelos de punta. Y a cualquier aficionado y soñador de aventuras africanas, también. Allí es donde acababa el mítico Paris- Dakar. El auténtico. El que creó Thierry Sabine en 1979. Y allí llegamos al atardecer. Hicimos unas cuantas fotos para dejar claro que el Lago Rosa no es tan rosa como se veía en las llegadas del raid. Una segunda decepción, pues yo ya había estado en el lago hace unos cuantos años y tampoco lo pude ver rosa… En fin, quizás en otra ocasión.

Nos quedamos a dormir por la zona, llena de campings y hoteles. Escogimos uno de ellos por el que pasamos sin pena ni gloria. Sólo uno de los huéspedes del hotel (en Senegal hay muchos Hoteles-camping) nos alegró la estancia al interesarse en el proyecto que llevamos a cabo junto a Volkswagen Vehículos Comerciales. Ya era lunes, así que podíamos ir a las embajadas. Planificamos el desplazamiento con suficiente antelación, pero sin pensar (una vez más) que esto es África y que las cosas no se pueden planificar. Dakar capital nos recibió con un monumental atasco. Unas obras dificultaban aún más el denso tráfico de esta metrópolis. Una vez las pasamos, directos al centro. Nos plantamos en la puerta de la Embajada de Gambia… y estaba cerrada. Un chico que estaba por allí nos dijo que la habían trasladado al aeropuerto. Y que la de Ghana también estaba allí. Debíamos desandar unos 12 kilómetros para llegar al aeropuerto. Suerte que el tráfico era fluido.

Pero en el aeropuerto nos dicen que no, que la embajada de Gambia no está allí. Vueltas y más vueltas hasta encontrar un agente que se iluminó y nos envió a la ventanilla de Gambia Airlines, donde también nos dijeron en un primer momento que la embajada seguía estando en el centro. Insistimos hasta que cogieron el teléfono y llamaron a la embajada. Por suerte para nosotros (nos veíamos volviendo otra vez a Dakar) les dijeron que teníamos razón y que habían cambiado de ubicación. Nos enviaron “por aquí detrás”, dejando claro algo que ya venimos viendo desde que pusimos los píes en este continente: que los africanos no saben dar indicaciones. No hay nadie que te diga exactamente donde están las cosas. Te dicen: “sí, por allí está” o “si, sigue por aquí” o “está cerca de aquí”. Finalmente la encontramos junto a la de Ghana. Escogimos parar primero en la de Ghana, donde nos ponen problemas para darnos el visado al no vivir en Senegal. Ya os contaremos cómo termina la cosa…

Resignados, nos vamos a la de Gambia. Nos reciben, nos dan el formulario para los datos y nos hacen entrar en una sala para rellenarlo. A mi se me ocurre poner que necesitamos un visado de Transito. Al entregar lo papeles la chica nos dice que qué es lo que queremos, que si un visado de tránsito o uno de turismo. Como no vamos a estar más de 48 horas en Gambia le digo que uno de tránsito. “Muy bien” dice la chica. Bueno, toda esta conversación la tuvimos en inglés, que es el idioma oficial de Gambia… Volvemos a la sala. Perfecto por que tiene aire acondicionado, un lujo al que no estamos acostumbrados. Pero hablando, al final decido volver a hablar con la chica y pedirle que tache lo de Transito y ponga Turismo. Me suelta un sermón-bronca y me da de nuevo los formularios para volver a rellenarlos, pues según ella “se deben tener las cosas claras y no ir haciendo borrones”. “Claro, aquí sois todos muy ordenados y tenéis las cosas muy claras”, pensé para mis adentros. Me vuelvo a la sala. Otra vez rellenando formularios. Acabamos. Salgo de nuevo. Se los entrego y vuelvo a la sala a esperar turno. Un turno que llega 40 minutos después, cuando se abre la puerta y nos señalan. Nos levantamos y acudimos a la ventanilla de la chica de siempre. Nos dice que son 45.000 cefars cada uno. Lo pagamos y de nuevo a la sala. Tras otros 40 minutos de espera, se vuelve a abrir la puerta, nos entrega un recibo y nos dice que volvamos mañana, que hoy ya no nos lo dan. “Eso es tener las cosas claras”, volvía a pensar de nuevo para mis adentros. Pero no pasa nada. Poco a poco les vas cogiendo el pulso a este continente.

En Dakar no hay campings, así que nos buscamos un hotel cerca de la zona de las embajadas y encontramos el Maison Abaka, en Ngor Beach. Es punto de encuentro de surfistas y nos sale más barato que un camping con muchas más comodidades. Nos planteamos si no hemos estado haciendo el primo todo este tiempo… Aquí tranquilidad no hay mucha, pues está en frente de la playa y los juegos de los senegaleses no son precisamente tranquilos ni silenciosos, pero la verdad es que se está muy bien. También parece un refugio para animales. La propietaria, Isa, recoge todo lo que ve por la calle. Hay tres gatos más uno nuevo que recogió una noche, una perra muy curiosa, un pelícano juguetón (aunque a veces da miedo cómo “juega”), un mono y un loro. Todos recogidos de la calle. Aquí nos quedamos hasta recibir el visado de Gambia intentando, además, solucionar el tema de Ghana.

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Errores que no se deben cometer

De Nouakchott a la frontera con Senegal hay 200km. Atraviesas poblados bereberes que te hacen preguntar cómo viven estas gentes, de dónde sacan para comer algo cada día. No es dinero lo que les falta (que también…), pues en Mauritania lo que no hay son cosas para comprar. Es que no podemos imaginar qué pueden llevarse a la boca. No es el país más pobre de los que visitaremos, pero es impactante para un europeo encontrarse tan rápidamente con zonas donde el 69% de la población vive con menos de un dólar al día.

Cuanto más al sur, peor. Las carreteras están rotas y solo caben dos coches muy justos. Si te encuentras con un camión, te vas al arcén. Es la ley del más fuerte. Nos ponemos en marcha pensando: “solo son 200 kilómetros. Los haremos rápido”. Primer error de un día cargado de errores. En África las distancias no se cuentan en kilómetros. Se cuentan en horas. Segundo error: no poner gasoil saliendo de Nouakchott, sabiendo además que la gasolinera más cercana estaba a 200 kilómetros, a la entrada de Rosso. Tercer error: confiar en un GPS antes que en las indicaciones de un lugareño. Así pues, ya os podéis hacer una idea de cómo transcurrió el desplazamiento. Fuimos mucho más lentos de lo esperado, sin carburante (primera ley de África: pon gasoil siempre que puedas…) y a una de las fronteras más odiadas por los overlanders: Rosso.

Por el camino, además, cometimos otro error, el más grave quizás. En un control de carretera el militar de turno nos dijo que su hermano trabajaba como transito en la frontera mauritana. Nos pareció buena idea que nos llevara el tema de papeleos. Fue llegar a Rosso y empezar nuestro calvario. Entramos la furgo a la zona de aduanas con la frontera cerrada y nos salimos. Mal. Nunca debimos salir de allí. No pudimos volver a entrar hasta las 15h de la tarde (eran las 14:00) y durante todo ese rato fuimos los monigotes de una tal David, el hermano del militar. Nos llevó a comer a una casa particular donde nos cobraron. Nos comentó que en Senegal ahora se necesitaba visado (sí, desde el 1 de julio se neceita…), que en la frontera de Mauritania se tenían que pagar casi 100 euros para conseguir la salida, cuando a la entrada pagamos 10, que los trámites en Senegal cuestan otros 150 euros (todo esto en moneda del país, claro), que si en el otro lado del rio, o sea Senegal, no hay garitas de cambio y se tiene que cambiar allí (cosa cierta, pero a su manera), que sí necesitaremos un guía en el otro lado… Y un montón de cosas más que lo único que hacen es despistarte.

Juramos que nunca daríamos los pasaportes o los papeles del coche a uno de estos tipos. Y a la primera de cambio, nos quedamos sin ellos. Empezó un baile de idas y venidas con nuestros pasaportes, los papeles del coche y mi carnet de conducir. Y nosotros sin saber nada porque nada te explicaban. De repente: “corre, corre! Al coche!” nos subimos y embarcamos en el ferry. Sin nuestros pasaportes y sin los papeles del coche y sin mi carnet de conducir. Los llevaba el supuesto “hermano” de David, un tal Omar. No había manera de que nos los devolviese. Desembarcamos en Senegal. Lo primero: “Visa”. “Pas de visa” les decimos. Pues sin visa “no sello”. Para conseguir el maldito sello tienes que presentar un justificante de haber rellenado el formulario de petición de visado a través de Internet. Vamos a una especie de garito donde los ordenadores deben funcionar con un modem de 56k. O menos… Después de casi media hora rellenando un formulario, Omar dice: “vamos a la policía que os darán el sello sin formulario porque conozco al jefe”. Confiados, vamos con él. Bueno, confiados y porque tenía todos nuestros papeles. Llegamos a donde supuestamente dan el sello. Nada. Sin visa no hay manera de entrar. Nos lleva entonces a otra zona de la aduana para “arreglar” los papeles del coche. Disponemos de Carnet du Passage en Doune, un papel imprescindible para entrar en Senegal con un vehículo de más de 5 años de antigüedad y que se gestiona en España con aval bancario de por medio. Todo esto para evitar que vendas el coche. Como si tuviéramos pintas de vender la furgo en Senegal…

Ahí nos empieza a pedir dinero. “Todo va con recibo, confía en mí”. No tenemos otra opción. Nos tiene atados de pies y manos. Después, a otro lado a no sabemos qué. Y vuelta a empezar. Que si a la garita de policía donde ponen el sello, que si a lo del coche, que si a no sabemos donde. Y otra vez. Y otra vez. Y una más. Y otra. Mi desespero va en aumento y cuando después de 3 horas le digo que ya está bien, que me cuente como está el tema, me dice que el no lo soporta más y que nos espabilemos. En ese momento la desesperación y la impotencia es total. Continuamos una hora más detrás de este tipo que no nos solucionó nada. Al final dice que se va, que está de Ramadán y que esta “tres fatigué”. Pero que nos deja con otro amigo suyo, igual de jeta y aprovechado. Volvemos entonces a la policía del sello. Nada. Sin el maldito formulario no hay visado. Así que volvemos a ese antro de Internet y después de una hora y de pagar 52 euros cada uno nos dan un provisional. Para el visado definitivo tienes que esperar. Encontramos a dos chicos franceses que llevaban tres días esperando para conseguirlo, pero el mail no les llegaba (finalmente les llegó).

Con ese papel y gracias a que hace solo 10 días que empezaron con toda esta tomadura de pelo, les colamos un gol. Les dijimos que ese era el papel que nos pedían. Y en media hora, el sello. Con el sello en nuestros pasaportes, fuimos a acabar de arreglar el tema del vehículo. Media horita más. Noche cerrada ya hacía un par de horas casi. Finalmente lo conseguimos. Asqueados, enfadados, rabiosos y humillados por el gran timo de esta gentuza que se hacen llamar guías de tránsito, nos fuimos de Rosso para, esperamos, no volver nunca más.

Dormimos a 15 kilómetros, en la primera gasolinera que encontramos. Por fin. Un mal sabor de boca que nos quitó rápidamente el chico que trabajaba en esa gasolinera, todo un ejemplo de amabilidad y simpatía.

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Dejamos atrás Marruecos y empezamos a cruzar Mauritania

La carretera seguía y seguía y seguía. Las rectas del sur de marruecos camino al Sahara son interminables. Y aburridas. No hay nada que ver. No hay nada que observar. El paisaje que al principio llama tanto la atención va dejando paso a la indiferencia. Nada. Esa es la palabra.

Pero entre esa nada encontramos un oasis en forma de campamento beduino. Así se llama: Camp Beduin. Lo regenta una pareja, ella árabe y él, francés. El enclavamiento posee una fuerza que no se puede percibir en ningún otro lugar del sur de Marruecos. Su haima lo domina todo. Y la cocina de Hafida, que así se llama ella, es de otro planeta. No hemos comido tan bien desde que salimos de Barcelona. Y eso son muchos kilómetros de pruebas diarias… Sopas, tahin de camello, de pollo con arroz, de verduras, queso de sus cabras y un desayuno que es imposible de acabárselo. Podéis ver las fotos de las comidas en el post que Claudia ha colgado en su blog. El camp se encuentra lejos de la carretera (4’5km de pista) y cerca de las lagunas saladas que hay por la zona y eso hace que el agua de la ducha sea ligeramente salada (solo ligeramente). Y no hay luz eléctrica. Bueno, sí la hay gracias a un generador, pero no funcionaba. No nos importó en absoluto. Y menos todavía sabiendo lo que nos esperaba al día siguiente.

Nos despertamos descansados. Y devoramos el desayuno que nos había preparado Hafida. Nos pusimos rumbo, de nuevo, hacia la nada, que se rompía de vez en cuando por un control policial. Por cierto que no hemos vuelto a tener ningún intento de soborno por parte de ningún policía. Y llegamos a Dakhla. Entrar en la bahía es descubrir un mundo occidentalizado. Hay algún purista que se queja de la incipiente masificación de la zona. A nosotros nos pareció genial. Dakhla ha desplazado a Essaouira como meca del kite surf y la verdad es que no nos extraña en absoluto. Si bien la ciudad no tiene ningún encanto, los paisajes son impresionantes. Si continuas por la bahía llegas hasta la ciudad en sí. Y te das cuenta de que algo es diferente. Hay mucha gente lo que choca con los pueblos abandonados 50, 100 y 150 kilómetros atrás. Y está relativamente limpio para lo que es Marruecos. Vamos a seguir observando: hoteles de 4 estrellas, restaurantes occidentalizados, coches de alta gama, perros paseando por la ciudad… Aquí pasa algo. Claro que pasa! Dakhla es una ciudad militar y el punto de encuentro y reunión de múltiples organismos oficiales. Y esa gente se gana bien la vida. Y si se gana bien la vida, eso se nota por todas partes.

El problema fue encontrar un lugar en el que dormir. Pensábamos que en la zona de la bahía donde se practica kite habrían campings. Pero nos equivocamos. Solo hay zonas de bungalows de lujo para occidentales a precios occidentales. Y una zona para autocaravanas que no nos acabó de convencer. Así que al final acabamos en el único camping de la zona, de muy mala clasificación pero que nos sacó del apuro de la ducha matutina con un agua caliente y potente. Agua caliente? Sí. Por suerte hemos pasado frío por las noches. Cargamos agua dulce y nos vamos. Antes nos hacemos unas fotos con algún camión de algún overlander que encontramos. De momento, los únicos en toda la aventura…

Nos vamos de Dakhla jurando que a la vuelta pararíamos a hacer kite. Ese tipo de promesas te animan por lo menos un rato. Pongamos que ese rato se corresponde con unos 20 kilómetros de carretera que te ahorras de estar mirando hacia el infinito. Nos quedaban 340 kilómetros hasta la frontera de Mauritania. Se suceden las horas. Una, dos, tres, cuatro… A lo largo de la quinta hora alcanzamos la frontera de Marruecos. La pasamos sin problemas con perro rastreador incluido. Los agentes se deben pensar todavía que estamos locos. Normalmente la gente se pone tensa cuando le meten el perro en la furgo. A nosotros nos encantó. Echamos de menos a Syncro (nuestro Border Collie) y eso se nota. Solo nos faltó hacerle mimos al perro policía.

Y salimos de Marruecos. Ahora falta atravesar una pista de enduro de unos 5 kilómetros para alcanzar la otra frontera, la mauritana. En esos cinco kilómetros de tierra de nadie, que se dice que están minados, hay cientos de coches abandonados, desguazados y quemados. Un panorama dantesco que no puedes imaginarte si no pasas por ahí. Increíble. La llegada a la frontera no es menos dantesca. Del orden desordenado de Marruecos se pasa al caos total. Aparcamos y al segundo aparece un tipo que dice trabajar allí. Nos pide los pasaportes, que no le damos ni por asomo. Este tipo de gente se hace pasar por agente de aduanas (aunque en nuestro caso vestía una camiseta blanca que no se había lavado en 7 semanas), te coge los pasaportes, te marea, te hace los trámites (los hace, eso sí) y después te pide dinero o no te da los pasaportes. Suerte que tenía la lección aprendida de la primera vez que visité Marruecos y no le dimos nada.

Tras una hora de ir de aquí para allá, de “hacernos pequeñitos”, como dice Claudia, delante de tanto uniforme militar, de no entender nada y de rellenar papeles ya entrábamos en Mauritania. Tuvimos que pagar un seguro para la furgo, pues la carta verde no cubre en este país. 20 euros, que al cambio son unos 7500 uquias, la moneda Mauritana. Curiosamente, una de las cosas que más ayuda a que los mauritanos se abran (también los marroquíes) es el tatuaje en árabe que llevo en el brazo. Les hace mucha gracia y los controles se pasan en segundos. Porque el tema de los controles es un mundo a parte. Te paran, te piden los pasaportes y la ficha técnica del vehículo. Te llevan a una garita y lo apuntan todo en un bloc enorme. Esto te rompe cualquier media porque hay un control cada 20km. La solución es fotocopiar el pasaporte y escribir el numero de matrícula y la marca de la furgo. Te paran, se lo das al gendarme de turno y sigues. Un truco muy útil.

Llegamos por fin a Nouadhibou, en el norte de Mauritania. En este país no hay campings, hay albergues. En ellos se puede dormir con la furgo dentro, pero los servicios son mínimos. Es lo que hay, así que toca adaptarse. Y lo hacemos muy rápidamente. Después de instalarnos vamos a cenar algo. Solo estaremos dos noches en Mauritania y queremos comer algo típico. El destino nos lleva al Restaurante Tako. Entramos y a los dos minutos llega el dueño. Se llama Luis y es un madrileño que lleva cinco años viviendo en esta ciudad de 80.000 habitantes. Nos empieza a sacar platos y más platos. Incluso ensaladas, que hace días y días que no comemos. Lo devoramos todo y estamos un buen rato hablando con él. Le regalamos una de las tres botellas de vino que llevamos y que nos regalaron nuestros amigos de Lokavore antes de partir. En la frontera nos lo querían requisar si no pagábamos 200DH. En Mauritania está prohibido el alcohol. Cuando el militar de la frontera nos invita a pagarle esa cantidad o se quedan el vino un “ok, no hay problema. El vino ya te lo puedes quedar” lo soluciona todo rápidamente. Al ver que no nos interesaba para nada quedarnos con el alcohol que llevábamos, que era la verdad, decide que por ser nosotros nos deja pasarlo. Pues perfecto. A Luis le dimos una alegría enorme…

Por la mañana conducimos rumbo a Nouakchott, la capital. Más carretera sin fin. Más desierto. Y, ahora sí, el calor hace acto de presencia. Estamos atravesando el Sahara. Que se note! Son 460km que hacemos en dos etapas, parando en la única sombra que hay en todo el recorrido: una gasolinera curiosa. A las 16.00 entramos en esta ciudad de 1 millón de habitantes en víspera de Ramadán y el caos se multiplica. Andamos buscando un albergue en el que nos dejen entrar con la furgo. Finalmente lo conseguimos. Auberge Menata se llama.

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Problemas con la conexión a internet nos impiden colgar más fotos…

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