Burkina Faso

150 dólares

Los días de frontera son largos. Es una de las cosas a las que debes acostumbrarte cuando viajas por África. Y también debes saber que Ghana es uno de los países del oeste africano que más trabas pone a la hora de entrar. La razón no está clara. Tiene recursos (se encontró petróleo, lo que disparó su “valoración” mundial), industria, grandes ciudades. En cambio, parece que el turismo no va con ellos. Pero es nuestro destino principal, así que debemos ir.
Plantarse en la frontera de Burkina Faso con Ghana no lleva mucho tiempo. Son relativamente pocos kilómetros desde Ouagadougou. Eran las 11:30h cuando llegamos. Y salir de Burkina Faso tampoco fue difícil. “El día pinta bien!”, pensé.

Y así era hasta que llegamos a la frontera de la policía ghanesa. En las fronteras tienes, por un lado, la policía que te sella el pasaporte. Y por el otro, la aduana que te “sella” el vehículo. Nunca debes olvidar que necesitas los dos sellos, el de la persona y el del coche. Si no te van a cobrar nada por las gestiones que realicen por el coche, no te lo recordarán. Así que estate atento y pregunta siempre cual es el siguiente paso. No quiero ni imaginarme qué pasaría si accedemos a un país sin haber pasado por la aduana…

Nos presentamos los dos ante la policía. Nuestro contacto en Ghana, la gente de Breast Care Internacional, nos había facilitado unos visados ya que en Senegal no nos los hacían si no teníamos la nacionalidad senegalesa, que no es el caso… Rellenamos la ficha inicial, nos toman una foto para el visado biométrico (menuda farsa esto del visado biométrico en África…) y nos hacen entrar en una sala y sentarnos frente a un funcionario. A este hombre le debimos parecer de Marte, pues nos leía la petición de visado que le entregamos en voz alta, muy despacio, una y otra vez. Sobre todo la parte en la que ponía “payment on arrival”. Y lo leía. Y lo volvía a leer. Y nosotros respondíamos que lo entendíamos y que todo ok. Lo hizo una vez más para luego decir: “150 dollars for each one”. Casi nada…

Habíamos sacado dinero en un cajero, pero no tanto. No nos esperábamos ese precio. Preguntamos el porqué de esa cantidad y nos dijeron que era una Emergency Visa. Así lo ponía en el papel que nosotros mismos le entregamos: EV. Y no te queda otra que pagar. «Tarjeta de crédito», dijimos. No cobran con tarjeta de crédito en casi ningún sitio por debajo de Essaouira (y estamos hablando de Marruecos…). Pero por intentarlo que no quede. No tuvimos éxito. La solución era volver a entrar en Burkina Faso para llegar a un pueblo llamado Pò, donde hay un cajero. Así que cojo la bici (sí, esa que está soldada y apañada de mala manera) y me encamino de nuevo a la frontera de Burkina Faso. Les explico a los funcionarios el problema y entre las risas que seguramente les provocaba el ver a un tipo blanco, sucio, sudado, con chancletas y en bici y el pedir permiso para entrar en su país de nuevo sin sello y en un francés pésimo, pues me dejaron pasar. No sin antes desearme que tenga suerte, porque desde la frontera hasta el cajero más próximo hay 20km a pleno sol. Y un sol de los que abrasan. No era buena idea ir en una bici hecha un trapo…

Busco una solución en forma de taxi-moto en el pequeño poblado fronterizo sin nombre. Negociamos el precio y le digo que me parece demasiado caro. Empiezo a caminar esperando el típico: “ok, ce bonne”. Pero esta vez lo que consigo es un reproche y que el “taxista” arranque su moto rápidamente y se dedique a decirle al resto de taxi-motos que no me lleven por menos de 10.000 cefars (él me pedía 4.000). Muy majete…
La chulería mafiosa de este tipo me obligó a empezar a caminar en busca de un taxi-moto “no oficial”. No tuve suerte. Me decanté entonces por seguir caminando hasta que una mujer me dijo que no siguiera, que desde donde estaba hasta mi destino no había ninguna sombra y que si seguía estaba “fou” (loco, palabras literales). Así que volví hacia el pequeño poblado fronterizo en busca de algún otro tipo de transporte. Vi un taxi (coche esta vez) y negocié el precio: 750cefars por trayecto. Lo que hacía un total de 1.500. Perfecto!
Aquí los taxis funcionan de la siguiente manera: son seis plazas “legales”. Y un taxi nunca arranca hasta llevar 6 pasajeros. Y yo era el tercero. Debíamos esperar a tres personas más. Las esperas suelen ser largas y tienes tiempo para pensar. Y me puse a hacerlo para, finalmente, darme cuenta de que no llevaba ni un cefar encima. Llevaba el pasaporte y la tarjeta de crédito. Nada más.

Hablé con el taxista para ver si me podía llevar hasta el cajero, parar, sacar dinero y pagarle. Pero le pareció demasiado sacrificio. Así que estaba otra vez como al principio pero con dos horas de sol de más encima de mi cabeza. Y Claudia, en la furgoneta inmovilizada entre las dos fronteras. Me puse a caminar de nuevo sin éxito. Nadie me rebajaba el precio. Cuando ya no sabía qué hacer y me disponía a volver a la furgoneta para esperar al día siguiente se acerca un chaval con su moto y me dice que por 5.000 me lleva y me trae de vuelta a la frontera. Y que le pago después. Al final lo acordamos por 4.000. Por fin…
De ahí hasta Pò con el gas a fondo. Pero llegué a las 17.00h, antes de que cerrase la frontera a las 18.00h.

Contento y con el dinero (y con más sol de la cuenta encima) entramos de nuevo en la garita para pagar los visados. Nos habían dicho que el cambio de 150 dólares era 100.000 cefars por cabeza. Se lo damos al policía y entonces, me ilumino: «serán realmente 150 dólares esos 100.000 cefars que nos han dicho?». Salgo de la habitación con una excusa tonta y vuelvo a la furgo a mirar el cambio oficial que aparece en la guía que llevamos. No cuadra ni por asomo. Lo correcto sería 70.000 cefars por cabeza. Vuelvo a entrar, se lo comento a Claudia y les decimos lo que ocurre. El dinero ya no está encima de la mesa donde lo dejamos cuando salí hacia la furgo. Lo tiene el jefe de frontera en su despacho. Discutimos con los funcionarios hasta que ese jefe, cansado de oírnos, nos hace entrar en ese despacho y nos explica que el cambio es correcto porque es la comisión que él cobra por tener que cambiar de cefars a dólares. 60.000 cefars de gastos extras para cambiar. Menuda cara más dura… Más discusiones con la chulería extrema del jefe y su segundo de a bordo hasta el punto de decirnos que o le pagábamos en dólares o no nos daba el visado y que dormiríamos allí hasta que así lo hiciésemos. Claudia se arranca: “¿Porqué se tiene que pagar en dólares? Que yo sepa, esto no es Estados Unidos aunque se hable inglés! Esto es Ghana y vuestra moneda es el cedis! Así que si quieres cefars, como en un principio habías dicho, bien. Y si no, cambiamos a cedis y te pagamos en cedis! Pero en dólares, NO!”.

No hay manera. Le digo a Claudia gesticulando que llame al jefe de inmigración (que es quien nos había firmado la invitación/ visado). Y de repente, el jefe se pone a rellenar el recibo por un valor de 80.000 cefars, le da la orden a su segundo para que nos ponga el sello y listos. Nunca sabremos qué les hizo cambiar de opinión. Suponemos que llegaron al punto donde la gente paga o no paga. Y saben que si pasas de ese punto estás dispuesto a no pagar. Y nosotros lo pasamos…
La aduana de la furgo, por suerte, fue rápida y legal.

Llegamos hasta Bolgatanga, la primera ciudad de Ghana ,con la intención de encontrar un sitio rápidamente en el que descansar. Todos los posibles alojamientos estaban llenos. Todos menos uno. Un pequeño antro bajo el nombre de Sandgardens. La habitación no tenía nada que envidiar a la de cualquier hostal de puerto que todos hemos visto en las películas españolas que se centran en las aventuras y desventuras de gente más o menos marginal. Horrible no lo define del todo bien… Pero dormir en la furgo no nos pareció seguro. Así que, derrotados, sucios, sudados y malhumorados nos duchamos y nos metimos en la cama. Pero el día no podía terminar sin alguna sorpresa más: la fiebre, que me quiso acompañar toda la noche. Pensamos que sería malaria y nos hemos equivocado. Debió ser una insolación. Pero hemos llegado a Ghana, que era lo importante.

Todo lo explicado no puede ilustrarse. En las fronteras no se pueden hacer fotos y llegamos a Bolgatanga ya de noche. Esa es la razón por la que este post solo tiene dos fotografías…

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Bicis y gusanos

Puedes leer por ahí que Burkina Faso es un sitio para quedarse más tiempo del planeado. Pues debe ser cierto. Un país que se puede cruzar en tres días (a nuestro ritmo, con un coche normal te lo pules en un día) nos costará, si todo va bien, una semana entera. Son muchas cosas las que ocurren aquí. La gente es seria si la comparas con los malís (nadie se pone de acuerdo si son malís o malineses). Pero a la que entablas una conversación se destapan como muy amables. Te dan la bienvenida a sus país y se interesan por ti, por cómo va el viaje, por saber de dónde eres, por tu familia incluso. Y no te molestan. No vas por la calle seguido por una hilera de personas intentando venderte algo. Puedes pasear, mirar algo que te gustaría comprar, hacer fotos, tomarte un café en un bar…

Bobo-Dioulasso es, ya lo dijimos, la segunda ciudad de Burkina Faso. Viven cerca de 450.000 personas, pero la verdad es que cuesta imaginar dónde se meten. No parece tan grande. No hay edificios, no hay grandes barrios. Lo único que hay es polvo y en época de lluvia, como ahora, charcos y barro. Por todas partes hay agua que se queda estancada y se llena de mosquitos. Que te destrocen los pies y los brazos a picotazos es fácil. Y mejor usar un anti mosquitos efectivo de verdad y no lo que todo la gente en España usa: Relec extra fuerte. Debemos visitar las farmacias de aquí para que nos den un remedio urgente…

Bobo (así la llaman) es, en definitiva, agradable. Y está llena de gente agradable. Tanto oriundos como extranjeros. Nosotros coincidimos con una familia francesa de lo más simpática: Fanny, Mika, Satine y Toscan. Son profesores en Nimes. Y viajan con sus dos pequeños de 4 años y 6 meses. Son viajeros. Trabajan para viajar. Este año han decidido pasar los dos meses de vacaciones que tienen visitando Burkina Faso. Nosotros hemos decidido hacer como ellos. Seguir viajando pero a un solo destino y estar el tiempo necesario para conocer a fondo todo un país. Fanny y Mika llegaron a Burkina Faso en avión, se compraron dos bicis y se mueven con transporte público. Y coinciden que África es duro. Y más con dos niños pequeños (uno de ellos un bebé). Tienen un blog muy interesante que recomendamos visitar (si quieres leerlo, haz click aquí).

De ellos, a parte de una cena muy agradable, sacamos una forma de ver las ciudades: en bici. Uno de los días se fueron a visitar una población cercana a Bobo y nos ofrecieron sus bicicletas. No lo dudamos ni un segundo y nos lanzamos al tráfico africano pedaleando. La experiencia nos gustó tanto que ahora tenemos dos bicis vintage africanas dentro de la furgo. Y digo dentro porque el primer día las pusimos en la baca y al pasar por el primer árbol una rama se coló por el cuadro y partió mi bici en dos y dejó la llanta para tirar. Una chapuza con soldador y unos pisotones a la llanta me permiten seguir rodando. La máxima de por aquí: seguir rodando. Harán lo posible para que no te quedes parado. Aunque sea una de las peores chapuzas que haya visto en toda mi vida. Ahora no tengo frenos, voy con una bici en la que el chasis está doblado como si le hubiera pasado un camión por encima y con una rueda que parece un tobogán de un parque acuático. Pero me desplazo. Genial…

Para entrar a Ghana hay dos opciones: o por una carretera desde Bobo o bien desde la capital, Ouagadougou. La primera, que es la más corta, está impracticable en época de lluvias. Y además es de arena. Una arena que aquí es arcilla y que cuando llueve se convierte en un barro implacable. Al mínimo error, te quedas atrapado. La solución es desplazarse hasta la capital, a 370 km al este. Queríamos dormir en un poblado auténticamente Burkino y lo hicimos. La experiencia es inolvidable. Tanto por sus habitantes como por sus múltiples animales e insectos. A contar: burro, lagartos, tortuga, gallinas, hormigas gigantes, mosquitos, moscas, libélulas, pulgas… Pero la ducha africana (un espacio al aire libre con un barreño lleno de agua y un cazo para coger el agua y echártela por encima) y los niños que jugaban sin parar hace que olvides cualquier tipo de incomodidad.

La noche fue larga, pues a las 20h ya estábamos metidos en la furgo. Sin luz eléctrica, con noche cerrada (aquí anochece a las 18.30h), con mosquitos y hormigas picándote y con una compañía que no habla apenas francés, poco se puede hacer. Al levantarse, un té, un café y a seguir camino. Un poco de pan con mantequilla acompaña a la bebida. Lejos queda el homenaje que nos dimos en una tienda de productos orgánicos de Bobo, con su cerveza artesanal y sus platos combinados de productos vegetarianos. Y si seguimos hablando de comida, una de las anécdotas del viaje la hemos tenido en Ouagadougou.

Andábamos con las bicis buscando un mecánico que fuese capaz de afinar ligeramente los desperfectos que había sufrido la mía. No lo encontramos, pero nos paramos delante de un local del que salía música en vivo. Un pequeño grupo de música africana nos esperaba en una especie de plaza de pueblo andaluz. No por lo bonita, sino por la distribución con una gran zona central al aire libre y sus laterales cubiertos. La música sonaba y observábamos las habilidades de la gente para bailar. Esta claro que los negros llevan la música en los huesos.

En una de estas aparece un hombre con una bolsa de la que sacaba algo que se llevaba a la boca. Se acerca y nos ofrece unos gusanos que ya habíamos visto en un mercado rural y que visualmente son poco agraciados. Habíamos estado observando que la gente comparte todo lo que come y que es un feo muy importante rechazar algo a lo que te invitan. Así que no nos queda otra. Nos miramos y nos lo llevamos a la boca: un gusto entre quemado, ahumado e indefinido. Y cruje… Lo acabamos de empujar con un poco de cerveza y nos pedimos unos cacahuetes, que por cierto no están tostados y son frescos.

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Malí y un mes

Mali está ahí. Siempre lo ha estado. Me refiero a que desde un primer momento fue un destino que nos planteamos. El porqué no está muy claro. Supongo que las dificultades de visitar un país que está en guerra lo hacen más atractivo. Así que la decisión “obligada” de pasar por Malí nos llenó de emoción. Al principio.

Es cierto que era nuestra única opción de llegar a Ghana una vez anunciado que no pasaríamos por Guinea (quizás a la vuelta?), así que no hay otra. Tienes que pasar sí o sí. Y eso, quizás, fue lo que más me costó. No fue una decisión tomada relajadamente estirados en la cama de un hotel con aire acondicionado. Aunque, la verdad sea dicha, habíamos decidido pasar por Malí a la vuelta. Pero fue en caliente, sin reflexionarlo. Sin pensar en pros y contras. Y claro, si estás acostumbrado a ver las noticias y a escuchar lo que dice la gente y a leer foros de aventureros que hablan mucho sin salir de casa, pues le coges respeto a las cosas. Llámale respeto; llámale miedo. Y yo sentí miedo. Era algo inconsciente, algo que salía de mi interior. Llevábamos 20 días viajando y no sabíamos nada de la situación del país. Pero allá íbamos. Nos levantamos en Tambacounda, Senegal. Y las sábanas se me pegaban. Seguramente de forma más que consciente. Buscaba, sin conseguirlo, retrasar el momento de partir hacia Malí, hacia ese infierno que mi cerebro imaginaba influenciado por todo: los telediarios, los periódicos, internet, la familia, los amigos…

Pero llegó el momento de subirse a la furgoneta, de ponerse detrás del volante, de encender el motor. Y la tensión fue aumentando. Claudia era la diana perfecta para descargar mis miedos. De hecho era la única. Tuvo que soportar mis enfados y mis reproches por haberme llevado hacia donde inconscientemente no quería ir.

Y llegamos a Malí. La frontera fue un pequeño infierno. No por los funcionarios, sino por la cantidad de camiones que había. Se tiene que atravesar un poblado de estrechas calles de fina arena batida. Y cuando llevas una hora de cola detrás de estas moles que lanzan calor al exterior como si fueran hornos con ruedas llegas a la aduana. Sorpresa: “donde están los pasaportes sellados?”, logro entender. “No los tengo” pienso para mis adentros y empiezo a sudar. “Dónde los sello?” pregunto en un mal francés. Malo. Muy malo. Estaba al otro lado del pueblo. Eso significaba que teníamos que dar marcha atrás, sellar los pasaportes y volver a hacer la cola. Pero lo hicimos. Y no nos pareció tan mal. Por que te acostumbras a todo esto. La burocracia, las colas, las horas de espera, los funcionarios en sus cuchitriles llenos de papeles y suciedad. Lo que al principio te llama la atención y te desespera y te recuerda que eres occidental, ahora es un puro trámite que pasas sin más. Sin nervios. Sin miedos. Una sonrisa en la boca y cara de pardillo. Eso ayuda mucho. Será que algo ha cambiado en nosotros desde que pusimos los pies en África…

Así que después de unas dos horas y media ya estábamos circulando por Malí dirección a Kayes, a unos 200km de la frontera. Nos sorprendió la calidez de la gente y lo auténticos que son. Si les saludas con la mano, se les forma una sonrisa. Dejan ver sus blancos dientes, sus bocas abiertas. Ríen y se les ve felices. Y si paras, acuden a ti, pero no para venderte nada. En realidad sí. Te venden algo, lo que tienen. Pero si les dices que no, no les parece ningún desprecio, no insisten y rápidamente te dan las gracias y se van. No hay signos de violencia por ningún lado. Claro! Estamos en el sur y aquí parece que no haya habido guerra. Pero mi cerebro no quiere reconocerlo. Estamos en Malí y eso es lo que cuenta. Por suerte sus gentes son encantadoras. Y todos los miedos desaparecen.

Malí es tan bonita y su gente tan diferente al resto de lo que hemos visitados que volveremos. Nos ha encantado la experiencia. No tienes buenas conexiones a internet, no hay campings, no hay infraestructuras turísticas. Pero es maravilloso. Hemos vivido situaciones que no hemos podido vivir en otros países. Y es precioso. Mucho. Mi cerebro se liberó por fin de la tensión y empezó a disfrutar. Que maravilla viajar así.

Pero desgraciadamente sólo tres días han sido suficientes para dejar atrás este país. La segunda jornada fue maratoniana, con 670 kilómetros en 12 horas, problemas con la gasolina y circulando más de tres horas de noche, la prohibición máxima de los que viajan con coche por este continente. Llegamos a Bamako exhaustos, sucios, sudados y con ganas de meternos en la cama. Y eso hicimos para poder continuar al día siguiente hacia Sikasso, a solo 50 kilómetros de la frontera con Malí. Pero la aventura nos tenía preparada la primera sorpresa en forma de avería mecánica importante desde que salimos de Barcelona.

Al parar en una estación de servicio a repostar y mientras el gasolinero llenaba el depósito de la furgo con gasoil bueno (en Malí es muy difícil encontrar buen combustible) me dio por mirar la parte trasera. Vi una mancha a la que no di importancia. Aquí todos los coches pierden aceite. Pero esta vez observé como la mancha se iba haciendo grande. Sin duda la fuga la teníamos nosotros. Aparto la furgo y con la mano compruebo que es gasoil. Primer pensamiento: “mierda!”. Segundo pensamiento: “vale, vamos a ver qué pasa”. Al abrir el compartimento del motor encuentro que en la zona del primer inyector hay un charco de combustible. Pero después de comprobar veo que es un tapón del sobrante que está rajado. No tengo recambio para eso, pero esto es África y aquí lo arreglan todo. Encuentro al mecánico del pueblo debajo del suelo de una limusina Hummer (¡!) que había atraído la atención de todos los que allí vivían. Incluso los trabajadores de la gasolinera se habían acercado para ver el espectáculo. Le enseño mi problema, me dice que ahora vuelve y a los dos minutos aparece con un apaño de los que no se le ocurren a un mecánico europeo en 10 horas: un tubo de presión con un tornillo enroscado en la punta a modo de tapón. Fantástico! Lo coloca, arranco y observo como esa fuga queda reparada pero ahora pierde por otro lado. Un calentador nos quiere fastidiar. Me subo al techo, abro la caja de herramientas, cojo una llave de tubo del 10 y una llave inglesa. Bajo del techo, le meto un apretón sin mucha confianza. Arranco y… solucionado! Vuelvo al techo, cierro la caja de herramientas, ato todo fuertemente, me bajo y seguimos camino.

Sikasso forma parte de esas ciudades poblado medio caóticas. Dormimos en un hotel junto con toda una tropa de observadores de la UE. Sí, en Malí hoy domingo día 28, hay elecciones. Nos enteramos en la frontera, pero ya no había vuelta atrás. No nos hemos encontrado ni un problema desde que entramos. Y las tropas francesas solo las vimos en Bamako.

Salimos de Malí y en Burkina Faso nos reciben una cuadrilla de policías de lo más divertidos. Tanto que al enterarse de que estamos recién casados nos montan una boda improvisada, con abrazo incluido. Pasamos un buen rato y seguimos dirección a la aduana donde estaremos más de una hora esperando a que el funcionario tuviera ganas de ponerse a trabajar. Una vez se lo toma en serio y vuelve a su sitio, en cinco minutos salimos de allí. A los 500 metros, un control. Bajo y me voy a ver al funcionario a su garita. Me pide los papeles del coche, apunta lo que le parece como por ejemplo que el coche es un Volkswagen Castellón (cuando esa es la provincia donde lo compré) y me pide 2.000 cefars. Y por primer vez oigo a mi boca decir: “no, no pago si no me das un recibo” y la cara del militar empalidece. “Cómo? No quieres pagar? Aquí paga todo el mundo!”. Sentía miedo, pero estaba lanzado: “si no me das un recibo, no te pago”. Salgo de la garita y le digo a Claudia que prepare 2.000 cefars (por lo que pueda ser). El funcionario aparece a lo lejos, me grita y me dice con la mano que siga. Me siento medio orgulloso de lo que acabo de hacer, medio temeroso de las represalias que puedan llevar a cabo en el siguiente control. Pero no, no pasa nada…

Así que seguimos disfrutando de un paisaje cada vez más verde y frondoso. Al cruzar un puente vemos a unas mujeres lavando la ropa. Paramos, cogemos una tela y nos bajamos con ellas. Les pido que me enseñen cómo se hace. Me pasan el jabón y se ríen un buen rato de mi poca habilidad para lavar la ropa en el río. Decidimos ir hasta Bobo, la segunda ciudad de Burkina Faso. De momento, la avería sigue solucionada… Y por cierto, hoy cumplimos un mes de aventura!

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