A los europeos nos sorprenden muchas cosas cuando viajamos por África. Nos sorprende el desorden, la incapacidad para hacer una cola, la suciedad, las carreteras… Pero en dos semanas uno se acostumbra a todo. Incluso a lidiar con la corrupción. Pero a lo que no hemos podido acostumbrarnos es al tipo de lógica que gastan. Nosotros la hemos llamado lógica africana. Y difiere mucho de la europea. Incluso de la latina o mediterránea propia de nuestro país que tanto critican en el norte de Europa.
Aquí las cosas son como son. Y no pretendemos cambiarlas. Pero no dejan de ser curiosas. No tiene lógica que los tro-tro, las destartaladas furgonetas que sirven de transporte público (por cierto que una se nos desmontó literalmente encima…) arranquen a toda pastilla de las paradas y se incorporen al tráfico rodado sin mirar si viene algún vehículo. Hemos visto imágenes de peligro extremo cuando un camión cisterna se acercaba por detrás y tuvo que dar un volantazo para no empotrarse con una de ellas. Y lo hacen así porque el primero que llega a la siguiente parada se lleva los clientes que están allí esperando. Prisas, frenazos, pitos y acelerones… hasta llegar al semáforo. Entonces no sabemos qué ocurre ni porqué ocurre, pero el tro-tro que ha llegado primero, el que más temeridades ha hecho, el que luchaba por llevarse un cliente como fuese (lo que le reporta 60 cidis que al cambio no llega ni a 30 céntimos de euro), ESE, arranca apaciblemente y es rebasado por cinco tro-tros que le arrebatan la clientela de la parada que tiene a escasos 100 metros.
Tampoco tiene lógica que circulando por carretera un coche te alcance y no haga ademán de adelantarte durante 50 kilómetros. Pero cuando se decide se coloca a tu lado, te cierra, aminora la marcha, da un frenazo acompañado por un volantazo y se para a comprar lo que vendan en ese momento en el arcén cuando eso mismo lo venden a lo largo de todo el camino. No lo podría haber hecho antes? Pues no…
Lógica africana. Como el que barre todo el bar, lo deja impoluto pero deposita lo barrido en la misma puerta y el viento lo empuja de nuevo hacia el interior. O el que friega el suelo de la zona de paso de un hotel en el momento del checkout que es cuando hay más tráfico de gente, que vendría a ser lo mismo que fregar el suelo de un colegio cuando salen los niños de clase… Eso sí, las cuatro horas anteriores ha estado vagabundeando por las instalaciones con el mocho en la mano sin ponerse a fregar ni una baldosa.
Claudia se enamoró rápidamente de las telas africanas y quiso hacerse un vestido y una falda. Allá que nos fuimos a un sastre en Burkina Faso. Te toman medidas para hacerte el vestido a medida. Pero curiosamente solo toman tres medidas diferentes y encima no se apuntan nada. Resultado desastroso… Una vez en Ghana se lo quiso arreglar, así que nos acercamos a una costurera. Más de lo mismo. Pero esta vez tomaron las tres medidas famosas (cadera, cintura y pecho) y no usaron ni un solo alfiler. A ojo, que es como se demuestra que uno domina su trabajo y sabe lo que se hace. Pero lo debieron medir a su manera, porque cuando fuimos a buscar el resultado no se parecía en nada a lo que pedimos. Claudia había pedido que le cortasen el vestido por debajo de la rodilla y seguía igual. Que le hiciesen el escote más bajo y seguía igual. Que la espalda fuese más destapada y seguía igual. Solo le pusieron una cremallera más larga. Y nada más. Hasta tres veces tuvimos que ir a la costurera para lograr un resultado más o menos aceptable… Con lápiz y papel y un metro hubiésemos avanzado mucho más. Pero… ¿desde cuándo se apuntan las medidas las costureras?
También funcionan diferente los diseñadores gráficos. Acudimos a uno para hacer unos adhesivos de un patrocinador (Quantik) y la experiencia fue cuanto menos curiosa. Los ordenadores tienen los menús y los avisos escritos en alfabeto chino y como no lo entienden van probando cosas hasta conseguir más o menos (siempre menos que más…) lo que buscas.
Poco lógico nos parece a los europeos que hayan cinco personas detrás de la barra de un bufet aburridos como ostras y con los brazos cruzados y tengas que pedir el pan porque no lo han sacado de la cocina, hacerte tu mismo las tostadas, servirte el café y buscar una mesa libre donde no haya comido nadie antes, porque ahí se quedan los platos sucios hasta el día siguiente.
No es lógico que esté bien visto (o por lo menos que no esté mal visto) que una secretaria de una empresa se eche una siestecita mientras estás esperando delante de ella a que llegue el jefe. Simplemente pone los brazos encima de la mesa, la cabeza encima de los brazos y sin ningún reparo se pone a dormir…
Los vendedores de la calle también tienen su propia lógica. Cuando entras en una zona donde venden mangos, hay veinte puestos donde venden mangos. Uno seguido al otro. Bien juntos, para que quien quiera comprar mangos se vuelva loco intentado decidir con quien hace la transacción ayudado por los gritos de los vendedores para llamar su atención. Yo no compro según lo que me gritan. Compro según el aspecto que tengan… Ah! Y si se venden mangos, se venden mangos. Quizás más adelante encuentres 20 puestos donde vendan pan. Todos juntos. Uno al lado de otro. Pero solo pan. Si quieres mangos, haber comprado antes… Porque el mango y el pan deben llevarse mal. Y el pan con la piña también. Y el mango con el plátano. O el plátano con la sandía…
Curioso puede llegar a ser (sobre todo al principio) sentarte en un restaurante, que te traigan una carta con muchos platos y que a la hora de pedir solo tengan tres de ellos. Muchos de estos restaurantes están desabastecidos. Es lógico en África y en según que poblados. Pero… ¿no sería mejor decir de buen principio los platos que tienes y no dejar que el cliente juegue a una especie de lotería sin sentido probando suerte con diez platos diferentes hasta que acierta con uno que sí te pueden servir? O sea, comentar de buen principio: “tenemos A. B y C. El resto no” Así que completar el menú puede llevarte 20 minutos probando y probando:
– “Tienes H?”
– “No. No tenemos”
– “Bien, y J? Tienes J?
– “No. No tenemos”
– “Aha… Y S, tienes?”
– “No. No tenemos”
– “A ver… mira Claudia! Tienen N! Te apetece? Sí claro! Que rico!. Una de N, por favor”
– “No, no tenemos”
– “Vale… y que tienes?”
– “Tenemos pescado”
– “Ah! Pues para mi pescado D”
– “No. No tenemos pescado D”
– “Bueno, pues pescado F”
– “No, no tenemos pescado F”
– “Madre mía… y qué pescado tienes, majo?”
– “Tenemos sólo pescado R”
– “No me gusta, pero tráelo por dios!…”
Y no exagero…
Poca lógica tienen las carreteras. En Ghana, por ejemplo, hay un poblado detrás de otro. Y cada poblado tiene su retahíla de badenes de 60 centímetros de alto. Suelen tener tres: uno al principio, otro en medio y otro al final. Tienes que parar el coche literalmente si no quieres salir despedido. Así, para hacer los 240 kilómetros que separan Kumasi de Accra (las dos principales ciudades del país) tardas 5 horas. Muy “rápido”. Es la solución que ha encontrado el gobierno para aminorar la marcha de los coches en los poblados. Porque en Ghana se construyen autovías, pero no por fuera de las aldeas a modo de variante. Se aprovecha el trazado de la antigua carretera… y se ponen badenes! En la autovía! Si tienes la mala suerte de no ver uno de estos sube-baja y te lo comes, adiós coche… Eso sí: pagas peaje.
En las carreteras también te encuentras camiones. Muchos camiones. Y muy lentos. Pero mucho, mucho. Los puedes adelantar caminando… Los llevan sobrecargados hasta límites insospechados, con los chasis doblados, los tubos de escape escupiendo una humareda impresionante, las bocinas atronando… y sin luces. Entonces, cuando llega la noche, hacen convoyes. Uno que tiene luces va delante abriendo camino. Detrás de él, unos cuatro o cinco camiones. Y el último, el que cierra el grupo, que también tiene luces. Y así van desplazándose. Bueno, más o menos… Estorban más que circulan. Si no sabes de la existencia de estos “convoyes con pocas luces”, empiezas a adelantar y te encuentras con una caravana de camiones a un metro el uno del otro y que no te dejan espacio para volver a entrar en tu carril. Fantástico. Y el camión que no puede seguir el ritmo de la caravana (que debe ser de unos 10km/h en algunos puntos) se para a dormir en medio del carril esperando a que se haga de día para volver a ponerse en movimiento. Y claro, triángulos de emergencia para avisar de que hay una mole parada sin una sola luz en medio del carril por el que circulas, pues no. Se ponen cuatro ramas de un árbol en el suelo y ya está indicado. Es uno de los peligros de circular de noche por África. Y es realmente peligroso. No son para hacer bromas los accidentes que vemos, pero mejor sacarle hierro al asunto… y no circular de noche.
Pese a que ya llevamos dos meses por aquí, hay cosas que nuestra mentalidad occidental no es capaz de asimilar. No son cosas malas. No te molestan una vez las tienes controladas. Te llaman la atención y no creo que nos la deje de llamar. Porque esto es África. Y si lo pones en una balanza, siempre ganarán las personas, con su humor y su alegría. Y la lógica africana te parecerá maravillosa…
Las fotos han sido hechas con el móvil…