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Próximo destino: Francia. Nos ayudas?

Uno de los regalos que recibí el día de mi 40 cumpleaños fue una guía de parte de Claudia. Era una guía de Francia. No es ni una Lonely Planet al uso (aunque sí es de esa editorial), ni la Guide du Routard ni nada por el estilo. Es una guía para conocer el país al volante de un vehículo. Comprende una serie de rutas separadas por días. Lógicamente, cuanto más kilómetros, más días. Nosotros la haremos en furgo, como también es lógico…

La verdad es que las guías más importantes se centran en el viajero que se mueve a pie o en transporte público. No hay nada que te hable de moverte con tu propio vehículo. Eso quiere decir que no hay recomendaciones como lugares en los que dormir, (ya sea camping o libre o area de descanso), ni avisos como que no hay otra gasolinera en 600 km (eso nos pasó en Malí), ni lugares donde reparar el vehículo, ni cosas por el estilo. Es una lástima que no tengan en cuenta esta manera de viajar… Veremos qué tal nos va con ésta.

En fin, que nos iremos hacia Francia a pasar unos días. Aún tenemos que hacer la ruta definitiva porque no tenemos mucho tiempo y queremos visitar muchas cosas. Como siempre, vaya… Me gustaría volver a uno de los lugares más típicos del sur del país: Carcassonne. Su fortaleza medieval bien vale una parada pese a que se haya convertido en una atracción turística de primer orden. Quizás recupere una ruta que ya hicimos unos cuantos amigos con nuestras furgos hace unos años: la ruta de los Cataros. Pero a mi lo que me apetece realmente es volver a la Val de Loire, con unos paisajes extraordinarios y una naturaleza que se puede vivir cada segundo que pasas a su lado. Fui hace unos cuantos años con unos compañeros del AVWC cuando tenía la T2 (aquí encontraréis algunas fotos). Ya veremos… La suerte que tenemos es que lo podemos hacer entre semana. Nos olvidaremos de turistas molestos, de aglomeraciones, de precios desorbitados…

Se aceptan recomendaciones de todo tipo: restaurantes, campings, lugares para visitar, bares, ciudades, pueblos, granjas, castillos, montañas, parques… En definitiva, sitios que valgan la pena… No se trata de un concurso. Simplemente deja tu comentario al final del post y a las mejores les enviaremos un detalle de 10fronterasfotofurgo en forma de adhesivo.

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Atrapa tu sueño, como los Zapp

“Debemos escribir otro post”, pensaba desde hacía días. Pero no nos gusta escribir por escribir. Siempre tiene que haber algo que enganche al lector (o al bloguero…). No es necesario que refleje cosas de la aventura así, sin más. Nosotros seguimos teniendo mucho que explicar. Fueron varios meses fuera de casa, viviendo en la furgo y en contacto permanente con la gente de ahí donde pasábamos.
Una de las cosas que van cambiando a medida que avanza una aventura es la sensación de inseguridad. A menudo, cuando preparas un viaje de estas características sentado delante del ordenador, leyendo periódicos, viendo las noticias en televisión, escuchando a amistades alarmistas te vuelves paranoico. Empiezas el viaje pensando que quizás te robarán, que serás atacado, detenido, que quizás te secuestren. Vamos, que desaparecerás de la faz de la tierra. Evidentemente, no hay manera de saber qué ocurrirá, pero a medida que pasan los días te vas relajando llegando incluso a ponerte en peligro. De eso sólo te das cuenta cuando estás de vuelta. Y ni así.
Nosotros no nos vimos en problemas en ningún momento. Ni en Mauritania, ni en Malí, ni en Costa de Marfil. Evidentemente hay ocasiones en las que no ves las cosas claras. Hubo un momento de pánico cuando vimos que no podíamos acceder a Guinea Conakry y teníamos que ir a Malí. Yo lo sufrí. Los nervios te bloquean y no consigues ver nada de manera positiva. Pero Claudia estaba allí para calmar los ánimos y ver las cosas de otra manera. Debíamos seguir para llegar a Ghana. Y esa era la única ruta posible. Los que habéis seguido el blog ya sabéis que fue una de las mejores decisiones de nuestra vida. La gente de Malí es impresionante.
A veces lloro. Lo hago sólo. Me sobreviene una tristeza tremenda recordando lo que vivimos. Es como la morriña galega. Supongo, porque yo soy catalán. Pero lo que está claro es que esos recuerdos te hacen soñar. Incluso a veces desconectar. Te impiden prestar atención a lo que estás haciendo. Como ahora, que estoy en la montaña pero me acabo de trasladar a Burkina Faso. Porque ya sabéis que no queríamos volver.
Unos años antes de partir empecé la lectura de “Atrapa tu sueño”, muy recomendable para los que piensan en cambiar el rumbo de sus vidas algún día. De qué trata? De una pareja que un buen día lo dejaron todo para ponerse en ruta al volante de un antiguo coche de los años 20 (un Graham-Paige de 1928) y cruzar el continente americano desde Argentina hasta Alaska. Fue el primero de una serie de viajes impresionantes que aún hoy siguen llevando a cabo con ese mismo vehículo. Lo puedes adquirir haciendo click aquí. Nosotros hemos empezado a perseguir nuestro sueño, como el título del libro de Candelaria y Herman, “los Zapp”. Y lo atraparemos seguro. En ese libro, una referencia para todo aquel que decide cambiar su vida para vivirla y disfrutarla (y si obviamos la profunda religiosidad de la pareja), hay una cita que dice:
«Lo que ustedes están haciendo es el sueño irrealizado de muchos de nosotros, que vemos pasar los años y las oportunidades por motivos que no tienen razón de ser. Un sueño realizado es la mayor fortuna que un hombre puede llegar a tener. Pase lo que pase, seguirá con él, nadie podrá quitárselo. Ni la muerte. Porque lo llevará guardado en el alma»

Poco más se puede decir. Considero que es una verdad irrebatible. No hay nada mejor que un recuerdo. Pero la vida sigue. Y volver a viajar es difícil. Y sobre todo, costoso. Tenemos decidido cuál será nuestro próximo destino: Asia. Pero hasta que ese momento llegue y podamos acumular otro recuerdo que ni la muerte pueda arrebatarnos, debemos seguir luchando para poder seguir persiguiendo nuestro sueño… hasta atraparlo.

De momento hemos cambiado la calidez de la gente africana, los kilómetros y kilómetros de desierto, las noches en vela por el calor, los mosquitos y las comidas picantes por horas y horas en el estudio de fotografía de Claudia y por un trabajo a tiempo parcial en una estación de ski que no me deja ni un fin de semana ni un festivo libre hasta después de semana santa. Tenemos que ahorrar mientras pensamos en proyectos, como pasar un par de meses en Sardegna para hacer un reportaje que hace tiempo que a Claudia le ronda por la cabeza, o mientras intentamos mover el documental que realizamos en Ghana con las supervivientes del cáncer de mama de los hospitales Peace & Love.

Para los que no lo sepan, ese reportaje debía haber aparecido en la revista Yodona coincidiendo con el día mundial del cáncer de mama que se celebra en octubre, pero a una semana de publicarse y con todo hablado y pactado se tiraron atrás no sabemos aún muy bien porqué. Ellos se basaron en que las fotografías eran duras. El cáncer es una enfermedad dura. Claudia hizo un trabajo excelente para lograr reflejar lo que esas mujeres llegan a sufrir en un continente en el que esta enfermedad sigue siendo tabú. En fin, que nos dejaron tirados y sin cobrar. Y lo que duele más: sin saber nada más de ellos pese a los mails que les enviamos. En fin…

Seguimos adelante. No hay nada que nos pueda parar. Como dice la canción Mar, el poder del mar de Delafé, «esto no se para!». Nos costará más que en la primera ocasión, pero lo conseguiremos. Estoy seguro de ello.

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Lo que nos hacía rabiar

Hace ya unos días que llegamos a Barcelona. Llegamos a Barcelona, que no quiere decir que hayamos vuelto. Los recuerdos de lo vivido son imborrables. Y lo serán para toda la vida. En tres meses y medio hay días para todo: para la felicidad y para la tristeza; para reír y para llorar; para pasar calor y para pasar frío; para cansarse y para descansar; para hacer fotos y para hacer vídeos; para conocer a gente y para despedirse. Para vivir.

Es duro volver a poner los pies en el suelo de un país desarrollado y de una ciudad como Barcelona. Ves a la gente de otra manera. Los primeros días te horrorizas cuando accedes a un centro comercial y ves lo superficiales que podemos llegar a ser. Queremos irnos. Y cuanto antes lo logremos, mejor.

Queremos irnos para volver a conocer (volver a conocer, curiosa construcción…) a gente de otras culturas. A PERSONAS, en mayúsculas. Personas que nos han abierto su corazón, que nos han ofrecido todo lo que tenían, por muy poco que fuese. Echamos de menos hablar con los policías de los controles de carretera, que se quedaban alucinados al ver el tatuaje de letras árabes que llevo en el antebrazo. Lo traducían y reían. Echamos de menos perder tres horas para cruzar una frontera ahora que sabemos cómo movernos y evitar a los vividores que se creen que eres mercancía y te piden dinero por no hacer absolutamente nada. Queremos sentir de nuevo los nervios de desviarnos de la ruta marcada y acceder a un camino sin saber muy bien donde va a parar. Echamos de menos conducir con el viento entrando por las ventanas y el sol pegando en nuestras caras. Nos teníamos que poner crema protectora para no quedar carbonizados. Y así una anécdota tras otra. Hasta poder llenar un libro.

Nos gusta viajar. Y lo hacemos con gusto. Nos encanta interactuar con los demás. Nos apetece pasar calor en el desierto porque sabemos que por la noche el frío se nos echará encima y podremos encender una fogata para calentarnos. Nos apetece mojarnos con las lluvias torrenciales que dejan todo embarrado, ponernos unas zapatillas de deporte y caminar. Pocas cosas hay que puedan igualar la sensación de caminar por pueblos y ciudades en los que acaba de caer una buena tormenta aunque, como nos pasó en Bobo, nos haya obligado a coger un taxi que no podía resistir el agua y se paraba irremediablemente. Nos gusta buscar lugares para dormir aunque tengamos que empezar la búsqueda a las 3 de la tarde.

Discutimos varias veces a lo largo de los tres meses y medio que duró la aventura. Eso no se le escapa a nadie. Pero lo hicimos a gusto. Discutíamos porque pasar 24 horas juntos en una furgoneta pasando calor, frío, con lluvia, con tormenta de arena, con cansancio, con pena, con nervios, con alegría… pues no es fácil. Pero recompensa hasta límites insospechados. Ahora sabemos que podemos afrontar nuevas aventuras juntos. Y lo haremos. Sin duda. Estar de vuelta en Barcelona es solo un trámite.

Muchos quieren vivir una aventura en su vida. Viajar de otra manera durante un tiempo. Cambiar sus costumbres y olvidarse de todo. Después, a la vuelta, la rutina se convierte en la nueva aventura. No queremos que nos pase eso. Queremos vivir una vida de aventuras y viajes. Y lo haremos. Sin duda. Lo que nos hacía rabiar nos empuja a ello. Porque ahora nos encanta.

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El principio de otra cosa

Nos repetíamos una y otra vez: “no volveremos nunca. No volveremos nunca. No volveremos nunca”. Acabábamos de pasar los trámites de la frontera de Rosso entre Mauritania y Senegal. Ha sido, de lejos, la peor experiencia de toda la aventura. Y nos volvíamos a repetir “no volveremos nunca”. Eso fue el 10 de julio. El 28 de septiembre nuestro corazón se aceleró cuando nos dijeron que no podíamos acceder a Mauritania desde Diema. Las lluvias habían inundado la zona y la pista estaba cerrada. Debíamos volver a Rosso para salir de Senegal. Y eso era una carga excesiva para nuestras cabezas. Recorrimos los 100 kilómetros que separan Saint Louis de Rosso en silencio. Los dos sabíamos que nuestro juramento quedaba roto en ese momento. “Joder, al final hemos vuelto” pensaba yo cuando nos acercábamos irremediablemente a ese infierno.

Pero ya no éramos los mismos que cuando llegamos a principios de julio. Habíamos pasado unos veinte trámites aduaneros y ya sabíamos decir NO a un policía corrupto cuando nos pedía dinero para algún trámite. Sabíamos por qué cosas se pagaba, cuánto y a quién. Con esa ventaja en nuestras mochilas (léase cabezas) afrontamos el primero de los trámites: el sello de salida en nuestro pasaporte. Dos minutos de reloj y estábamos de nuevo en la furgo. El siguiente trámite era el sello en el Carnet du Passage en Douane (CPD). Entramos en el recinto del “puerto” fluvial. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, así que me fui a buscar a la persona adecuada. La encontré. Me puso el sello y… delante de la gente que estaba allí esperando me pidió 10.000 cefars por devolverme el documento. Forcejeamos un poco por el bloc (ni se me hubiera ocurrido hacer eso hace tres meses…) y cuando la cosa se calmó le expliqué que no iba a pagar ni un céntimo y a regañadientes me lo devolvió.

Siguiente trámite: la aduana. Entramos en la garita del policía de turno, nos pide “los papeles del coche y 5.000 cefars”. Harto ya de tanto corrupto suelto, saqué mi pasaporte y le enseñé página por página los más de 35 sellos que nos han estampado a lo largo del viaje. Le dije: “Ves todos estos sellos? Crees que llegamos ayer a África? No te vamos a pagar NADA!”. Nos hizo entrar en su despacho y nos intentó convencer una última vez de que debíamos pagar. En un despiste cogimos nuestros pasaportes y salimos de allí. Más tarde vengó su rabia impidiéndonos subir en el primer ferry. “Como si tuviéramos prisa” le dijimos. Y esperamos pacientes al siguiente. La parte Mauritana fue mucho más fácil, sin sobresaltos de ningún tipo ni amenazas ni nada por el estilo.

Queríamos llegar hasta Nouakchott ese mismo día. Y lo logramos. Decidimos dormir donde la primera vez, en el Auberge Menata. Está sucio, no tiene presión de agua para ducharse y está lleno de mosquitos. Pero nos gusta el ambiente. Al entrar allí, según las guías, puedes encontrarte con algún que otro overlander. En julio no había nadie, pero esta vez sí. Una pareja de jubilados con un Toyota HZJ que tenían previstos 9 meses de viaje por África y dos cicloturistas muy jóvenes que nos hicieron reír un rato. Compartimos sobremesa después de la cena. Lógicamente, nos bombardearon a preguntas sobre trámites, fronteras, seguridad… Todos nos fuimos contentos a dormir y a la mañana siguiente, cada uno por su lado.

Nos despertamos aún de noche para intentar llegar a Marruecos ese mismo día. A medio camino nos sorprendió una pequeña tormenta de arena. La temperatura subió hasta los 50ºC. La nevera también empezó a sufrir. No podía bajar de los 11 grados, seis por encima de lo que es normal. La furgo se empezó a llenar de arena fina que entraba por todas partes. El calor se hizo insoportable. Y esta situación duró unos 200 kilómetros… Muy duro para nuestros cuerpos y para la mecánica de la furgo. Son momentos en los que piensas en la dureza de la vida en ese país. Poca gente se aventura a vivir en el Sahara y quien lo hace es alguien especial.

Alcanzamos la frontera de Mauritania sucios y sudados. No tuvimos ningún problema para hacer los distintos trámites. Y por allí, por una zona desértica y llena de polvo, rueda ahora una de las bicis que compramos en Burkina. La mía, la que se partió en dos y soldamos. La vendimos…

Otra vez volvíamos a estar en tierra de nadie, ese tramo de cinco kilómetros impracticables y llenos de coches abandonados. Nos llevamos una sorpresa: alguien se había encargado de llevarse esos esqueletos que algún día sirvieron para desplazarse.

Marruecos era el último país por el que debíamos pasar para llegar a España. Nos esperaba el puerto de Tánger para dar casi por finalizado el viaje. Pero nos quedaban 2500km por recorrer, unos kilómetros de un paisaje inigualable. El sur marroquí es sobrecogedor, solitario, cálido pero agradable, batido por los vientos atlánticos que refrescan la costa casi continuamente. Hay tanto por descubrir…

Pasar la frontera por la tarde, con scanner completo a la furgo, complica seguir rodando. La noche se te echa encima. Divisamos unas dunas a lo lejos y pusimos rumbo a ellas. El desierto no nos dificultó alcanzar la que, quizás, era la más grande. Su forma de media luna nos sirvió de refugio. La arena parecía abrazarnos. Un paraje sin igual para descansar una noche a la luz de las estrellas. Sin un solo ruido, sin una sola molestia. Una soledad que daba miedo a ratos. Una sensación agradable. E inolvidable.
Subimos a lo alto de la duna. Parecía estar esperándonos. Y bajamos por su cara más recta, un tobogán de arena finísima y blandísima. Nos duchamos (con la ducha de 12 voltios) para quitarnos la arena y el calor mauritano, cenamos a la luz de una vela y deseamos no olvidarnos nunca de ese regalo que nos hizo el desierto, el viento y la arena. Algo irrepetible. Las dunas siempre están en movimiento y nunca la volveremos a ver como la vimos esa noche.

En Dakhla paramos en busca de una conexión a Internet. Claudia debía enviar un mail urgente. Nos habíamos prometido hacer kite surf cuando volviésemos, pero nuestro bolsillo no podía aguantar un extra como ese a estas alturas. Hicimos ver que no nos acordábamos y abandonamos la bahía sin dejar de contemplar el magnífico paisaje que brinda a los que la visitan.
También paramos en Camp Beduin. Buscábamos reencontrarnos con la cocina de Hafida. Y otra vez la lección de África que no acabamos de aprender: no se pueden hacer planes. Nunca. Llegamos a Camp Beduin después de una paliza de 600km desde Dakhla y Hafida no estaba. Pero el tagine de verduras que nos prepararon los que allí estaban suplió con creces su ausencia. Volvíamos a pasar la noche en medio del desierto, pero esta vez en compañía: unos alemanes que iban camino de Mauritania. Uno con un Mercedes G y otro con un Toyota Hj 60. Todos se sorprenden al vernos viajar con la Syncro… Al calor de una pequeña fogata pasamos un buen rato hablando.

Y el camino de vuelta a casa seguía implacable. Imparable. Alcanzamos Tiznit y en el camping municipal estaba acampada media Francia. «Se nota que vamos hacia el norte. Cada día encontramos más turistas» le dije a Claudia. También en Tiznit fuimos a comprar al mercado. Un poco de fruta, unas verduras y unas olivas buenísimas. Y una tela de PVC para la baca. Más vale tarde que nunca…
Y de allí a Marrakech para volver a su plaza y a su zoco. Decidimos perdernos y ver qué ocurría. Lo que pasó fue una tarde espléndida entre gente, tiendas, vendedores, gatos, bicis y demás.

No podíamos parar. La costa nos llamaba de nuevo. Entre Casablanca y Rabat hay un pueblo llamado Mohammedia. Pasamos un par de noches y compartimos muchas cosas con sus habitantes. Eran las últimas horas de nuestra aventura. Teníamos que partir rumbo al norte, rumbo al final del viaje.

Podría haber empezado a escribir este post en el puerto de Tánger. Teníamos varias horas de espera así que hubiera sido un buen momento. Pero las emociones no me dejaban siquiera plantearme abrir el ordenador. El proyecto de 10fronterasfotofurgo, la aventura, llegaba a su fin. Se acababa. Quedaban dos noches de ferry pero esa era la despedida de África, un continente que nos ha fascinado. Una tierra que nos ha dado cobijo tres meses y medio, un poco más de lo planeado, pero en la que nos hubiéramos quedado mucho tiempo más. Nos vamos sabiendo que volveremos, que nos encontraremos de nuevo con la maravillosa gente de Breast Care International en Ghana, que pasaremos más tiempo en Malí, que nos compraremos otra bici en Burkina, que nadaremos en las lagunas de Senegal, que atravesaremos el río Gambia, que miraremos al cielo buscando el fin de los rascacielos de Cote d’Ivore. Nos vamos sabiendo que volveremos a pasar calor en Mauritania y frío en Marruecos. Se acabó por esta vez. Pero no por siempre…

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¿Cuántas farolas tiene tu pueblo?

Muchas ciudades europeas miden su competitividad con sus vecinas en aspectos como los servicios que tiene, los supermercados, los centros comerciales, las universidades, el equipo de fútbol o incluso las marcas de los coches matriculados. Pero deben estar equivocándose en algo. Que tu ciudad sea más importante que cualquier otra lo da el número de farolas que tiene a la entrada y a la salida de la calle principal. Hemos visto ciudades con kilómetros y kilómetros de farolas dándote la bienvenida, con grandes avenidas llenas de polvo y farolas por todas partes. Una seguida de otra. Y da igual la forma. Se pueden combinar farolas antiguas con algunos diseños que se denominarían “arriesgados” incluso para ciudades de diseño como Barcelona. Y entre medio de esas altas farolas, otras más modestas, las típicas que puedes ver en cualquier pueblo del pirineo.

Ejemplos los hay en todas las zonas por las que hemos pasado: El Alayún, Tarfaya, Guelmin o Tiznit en Marruecos; Nouackchott en Mauritania; Kayes o Sikasso en Malí; Bobo en Burkina; Yamoussoukro en Cote d’Ivore; Volgatanga en Ghana; o Thiés en Senegal. Parece ser que cuantas más farolas mejor. Con un denominador común. Ninguna funciona por la noche…

Y deberían, pues en cuanto anochece no se ve absolutamente nada. Y muchas veces tienes miedo de atropellar a alguien, a algún niño. Sobre todo en Senegal. Hay niños por la calle. Muchos niños y de toda clase. Los hay que van camino a la escuela. Hay algunos que pasan el rato mirando la gente pasar. También hay niños que juegan al futbolín. Y hay otros que viven en la calle. Senegal es el país de los niños. Hay tantos que parece una guardería. Pero los que llaman la atención son los niños de la calle. Los encuentras con sus latas vacías pidiendo que les eches no dinero, sino comida. La historia de estos pequeños es casi siempre la misma: una familia de la zona rural le confía a un familiar que vive en la ciudad el cuidado de uno de sus hijos. Pero ese familiar no quiere hacerse cargo del niño y lo abandona a su suerte. Muchos no saben dónde nacieron, ni cual es el poblado en el que viven sus padres. Existen algunas ONG’s en países como Ghana que intentan darles una profesión para el futuro, pero son sólo unos pocos afortunados los que acceden a esas ayudas.

Senegal, tan grande y tan verde. Llueve. Es el primer país donde la época de lluvias se deja notar. O el último, según se mire. Pero aquí, dejando a un lado Tambacunda y Kaolak llegas a Dakar y ves que algo no anda bien. En la capital se mezclan coches de lujo con humeantes vehículos de más de 40 años; mansiones de tamaño imponente con chabolas a sus lados; tiendas de lujo con vendedores ambulantes de huevos duros. Aquí, a Dakar, fueron a parar todas las sedes de las grandes empresas y organizaciones mundiales que huyeron de la guerra de Cote d’Ivore. El sueldo medio de un senegales es de 100.000 cefars, poco más de 150 euros. Pero el señor de World Food Programme (o Programa Mundial de Alimentos) que no hace nada más en todo el día que asistir a cursos de formación (en Senegal los cursos de formación son remunerados) dispone de un coche de 60.000 euros, dietas pagadas, casa pagada y sueldazo. Y no debemos olvidar que WFP forma parte de las Naciones Unidas y lucha contra el hambre… No nos parece la mejor manera de luchar contra nada el vivir como un rico cuando a tu alrededor hay gente que se tiene que espabilar con un euro al día.

Pero en este país hay cosas fantásticas, como nuestro querido Zebrabar. Hemos vuelto a estar allí. No podía ser de otra manera. La paz y la tranquilidad y el ambiente y la naturaleza. Todo junto en este estratégico campamento. Allí seguía la laguna, las mesas al borde del agua, las cabañas, las palmeras, los cocos, los empleados que son como de la familia… Queríamos llegar como fuese, aunque tuviéramos que dormir en una gasolinera a medio camino. Esta vez accedimos a través de una pista por el sur. 13 ó 14 kilómetros que las lluvias habían dejado llenos de trampas. Pero llegamos. Queríamos quedarnos dos noches, pero una gastroenteritis nos obligó a quedarnos cinco días. No estuvo mal, sobre todo pensando que la siguiente etapa nos llevaba a Mauritania y a Rosso… No pudimos acceder a Diama porque las lluvias habían inundado la pista de acceso. Volvíamos al infierno.

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Juramos volver

Nada que ver con el resto de los países que hemos visitado. Dijimos que volveríamos y así lo hicimos. Malí, tan temida desde que aparece en los telediarios, nos volvió a sorprender. Y ya estamos pensando cuándo será la próxima vez que la visitemos. Esta vez lo hicimos porque queríamos. Sin ningún temor, abiertos a lo que nos ofrece ese país y sus gentes. Malí está lleno de sonrisas por todas partes. Solo tienes que buscarlas un poco. Una mirada es suficiente para descubrir los blancos dientes de los que allí habitan. Y da lo mismo que sean niños, adolescentes, adultos o ancianos. Todos dibujan una gran sonrisa cuando te ven.

En esta ocasión habíamos decidido no dormir en ningún hotel de las ciudades importantes del país. Más que nada porque nos estamos quedando sin dinero y tenemos que ahorrar como sea…
Entramos a través de la frontera con Cote d’Ivore. Para este viaje disponemos del Carnet du Passage en Douane (CPD), unos impresos oficiales para la importación temporal de un vehículo. Te ahorra muchos problemas en las aduanas de las fronteras y bastantes euros, pues donde no sirve te suelen cobrar una cantidad importante por un permiso para transitar por el país que suele ser de 15 días. Malí es uno de estos países. El CPD no sirve y debes pagar 5.000 cefars por la furgo. Allí que nos plantamos los dos con nuestro bloc de documentos de importación (CPD) y con toda la cara del mundo les explicamos a los aduaneros qué era eso que tenían delante de sus ojos y cómo se rellenaba. El 99% de los que trabajan en las fronteras no han visto un CPD en su vida… La primera vez, entrando desde Senegal, nos dijeron que no servía. Pero esta vez coló. Así que con el sello en el CPD empezamos a entrar en Malí.

La tarde en West Africa dura poco. A las 18h anochece. Queríamos dormir en Sikasso, la primera ciudad después de la frontera, pero al llegar allí nos dimos cuenta de que no era muy agradable dormir en la furgo en medio de una ciudad africana. Aún quedaba una hora y media de luz y decidimos seguir rodando. Tras una hora más de conducción vimos un poblado a lo lejos y decidimos acercarnos a ver si nos acogían para dormir allí. Guelebougoula resultó llamarse. Al llegar preguntamos por el jefe del poblado, que muy amablemente nos aceptó. Nos dejó aparcar la furgo en medio del poblado. La gente no hacía más que mirar y mirar. Miraban todo lo que hacíamos. Si abría el portón, todos se acercaban. Si abría la puerta lateral, todos se acercaban. Sacaba la mesa y allí estaban. Mirando. Se acomodaron a unos pocos metros y allí pasaron las horas. Nosotros preparamos un poco de pasta con tomate para cenar y les acercamos un plato para que lo compartiesen. A los dos minutos ya teníamos el plato de vuelta con una sonrisa de oreja a oreja. Después de cenar, una infusión y a dormir. Poco había para hacer, sin luz, sin vernos las caras, sin hablar nada de nuestras respectivas lenguas. Así que nos metimos en la cama. A la mañana siguiente nos despedimos cordialmente de todo el poblado y seguimos la marcha.

La noche siguiente la pasamos cerca de Bamako. Habíamos escogido un campamento que resultó ser un lugar idílico. Está a una media hora de la capital, en medio de la montaña, cerca del río Níger: Le Campament Kangaba. La historia del lugar es muy singular. Hervé, el propietario, es un francés fabricante de djembés. Un buen día tomó conciencia de que su trabajo destruía árboles y que estaba ayudando a la deforestación de África. Así que se fue a Malí y se compró un terreno en el que empezó a plantar árboles para compensar el daño que había hecho. Un terreno de 20 hectáreas con una colina a la que subir merece la pena. Un treking espectacular por las vistas. Poco a poco los amigos empezaron a presionar para que les hiciese una casita de madera para pasar unos días en plena naturaleza. Y una casita dio paso a otra. Y esa otra, a una tercera. Y así se construyó Le Campament. Se tiene que ir por lo menos una vez en la vida. Además, a Claudia le llovió una oferta de trabajo por parte de Mariane, la mujer de Hervé. Podeís verlo en su blog.

Tuvimos que dejar este paraíso maliense para seguir camino. Esta vez el anochecer nos cogió a medio camino de Kayes. Se suele llegar en un día, pero habíamos estado esperando el visado de Mauritania en la embajada de Bamako (que no conseguimos…) y salimos tarde.
Así que la zona escogida para dormir fue la naturaleza. Nos desviamos por un camino que quedaba a nuestra izquierda y un gran árbol nos dio cobijo. Aquí no había nadie mirando. Pasamos la noche en soledad.

Senegal ya nos quedaba cerca. Un último esfuerzo para abandonar Malí y un último vistazo a las caras de sus gentes. Juramos volver de nuevo.

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Volver a empezar

En España deben estar todos con el tema de la vuelta al cole, al trabajo, a la rutina. Nosotros también. Pero de otra manera. En un viaje como este llega un momento en que debes tomar la decisión de volver. Quizás vuelves por unos meses, unos días o unos años. Eso ya se verá. Pero es como volver a empezar. Todo tiene un principio y un final. Y este es el principio de nuestro final. El final de la aventura ya se acerca. Nos faltan unas cuantas semanas. A algunos les parecerá una eternidad, pero para nosotros los días pasan rápidos. Sin darnos cuenta alcanzaremos Tanger para embarcar camino de Barcelona.

Ghana ya queda lejos, pero el recuerdo que nos llevamos es tan bueno que siempre estará presente. Nos ha marcado. Los que seguís el blog ya sabéis porqué. Pero es que, además, la despedida no podía ser mejor. En nuestro canal de youtube colgamos hace unos días un par de vídeos de Cap Three Points. Fue una recomendación de Xavier y Queralt, una pareja catalana que vive con sus dos hijos desde hace un año en Accra, la capital de Ghana. Nos recibieron con los brazos abiertos y hablando de cosas bonitas para ver Xavier nos dijo que esa zona era para no perdérsela. Y así era. Tiene algo especial. Es salvaje, inaccesible, calurosa. Es el lugar donde hemos decidido que, si cambiamos de vida, deberán buscarnos.

Costa de Marfil (así se conocía en nuestro país) hace poco que dejó la guerra atrás. El simple hecho de oír su nombre me traía malos recuerdos. Oficialmente en 2002 entró en guerra. Una guerra que hacía años que estaba presenté, pero no declarada abiertamente. Y una guerra africana, entre africanos, sin intervención de las llamadas “fuerzas de paz” hasta que se pierde el control, se convierte en la mayoría de casos en una sangría sin límite. Las atrocidades vividas por los marfileños hace que después de 4 años oficialmente desarmada queden en el aire sentimientos de venganza, miedos, rencores. Y se percibe. Sobre todo en el centro y en el norte.

La entrada a Cote d’Ivore desde Ghana no fue fácil. Ninguna frontera lo es. Pero lo nuestro roza la mala suerte. Nos caducaba el visado el día 5 de septiembre. Fuimos a renovarlo unos días antes, pues queríamos visitar alguna zona del país que no habíamos visto. Al llegar a la oficina de inmigración de Accra rellenamos unos papeles y los entregamos en la ventanilla. Al momento nos dicen: “no hace falta renovarlo si vais a salir del país dentro de los cinco días siguientes a que caduque el visado”. Caducaba el 5, así que el 9 estábamos en la frontera. Por si acaso…

Y claro, al enseñar los pasaportes nos dicen que el visado está caducado. Les argumentamos lo que nos habían dicho en la oficina de inmigración de la capital, pero nos dicen que es mentira y que debemos pagar 40 dólares por cabeza de “penalización”. Es el mismo precio que alargar el visado un mes. Nos negamos en redondo. Y los policías también se negaron del mismo modo a ponernos el sello. Llovía, así que nos refugiamos en la furgo. Había leído en foros de Internet que en situaciones así quien demuestra más paciencia, gana. Pues vamos allá. Nos preparamos unos bocadillos delante de la garita de los policías (más que nada para que nos vieran) y cuando acabamos herví agua para un té y me fui a beberlo al lado de donde ellos estaban. Sin prisas. Sin hacerles caso. Como diciendo “tengo todo el tiempo del mundo”.
Al minuto siguiente nos pidieron de nuevo los pasaportes, nos pusieron el sello y nos rogaron que no fuésemos diciendo por ahí que habíamos pasado sin pagar. “Claro! Todo muy legal, verdad?” pensé para mí mismo. Por suerte en Cote d’Ivore nos recibieron fantásticamente. En 20 minutos ya estábamos subidos de nuevo en la furgo y conduciendo dirección Grand Bassam.

Esa zona (Grand Bassam) la llaman la costa más bonita del país. Yo la calificaría como la zona más turística. Está llena de hoteles, hostales y albergues. Nosotros entramos en un hotel y nos dejaron dormir dentro de la furgoneta, en el parking. Una buena manera de ahorrarse unos cefars. Al día siguiente estábamos en Abidjan, la capital económica de Cote d’Ivore, por un tema de visados. La llegada a esa ciudad es sorprendente. Tiene un skyline tipo Manhattan que no habíamos visto en ninguno de los otros países en los que hemos estado. De lejos sorprende. Pero a medida que te acercas vas descubriendo que la “fortuna” del país, que se gestó a principio de los años 80 gracias al cacao y a la agricultura, se ha desvanecido. Ahora es como una megápolis en decadencia. Los altos edificios son moles de cemento sucio, sin apenas vida. La guerra pasó factura y muchas empresas se dieron a la fuga apresuradamente. Y la mayoría no ha vuelto.

Pese a todo, Cote d’Ivore es el único país de West Africa que tiene una autopista. Y como en el resto del país todo lo que se construyó al paraguas de los millones del cacao ahora no se puede mantener.
Íbamos hacia el centro, hacia la zona más castigada por la guerra. El día volvía a ser lluvioso. Nos llovió todos los días. A veces con intensidad. Otras con unas pocas gotas. Yamoussoukro (llámese Yakro, que aquí lo acortan todo) es la capital política. Allí las callejuelas desaparecen para dar paso a la majestuosidad de las grandes (grandísimas) avenidas que no llevan a ninguna parte. Siempre al estilo africano. Es decir, con arena, polvo, gente, cabras y socavones. A lo lejos vislumbramos una cúpula. Allá que nos fuimos para descubrir una enorme iglesia: la Basílica de Notre Dame de la Paix. Y es que Cote d’Ivore tiene las dos iglesias modernas más grandes del mundo. Esta es la mayor. Su construcción (entre 1985 y 1989) tuvo un coste aproximado de 250 millones de euros. Otra muestra de los contrastes del continente.

El siguiente objetivo en el mapa era Bouaké. Esta caótica ciudad, la segunda más grande del país, es la cuna de los rebeldes. Se nota por la cantidad de coches de Naciones Unidas circulando por las calles y por el gran control policial que hay a la entrada y a la salida. En un sitio así no es recomendable dormir en la furgo, así que nos fuimos al Mon Afrike, un paraíso entre tanto caos y una especie de búnker. Tiene varios guardas armados, doble muro de seguridad, alambrada de púas, puertas blindadas… Una maravilla para recordar la fragilidad política y la inestabilidad del país. Lo alcanzamos después de seguir las indicaciones y perdernos para darnos de bruces con un chimpancé. Y las sorpresas continúan una vez dentro del Mon Afrike. Allí conviven dos perros, una enorme tortuga cuya diversión es tirar las sillas que acaban de recoger los trabajadores y un ciervo al estilo Bambi. Ya lo decíamos: un oasis de paz y tranquilidad… no sólo para las personas.

Más al norte, hacia la frontera de Malí. Ese era nuestro objetivo. Salió el sol, como contento de vernos en ruta de nuevo. Pero le duró poco. Lo justo para descubrir la vegetación selvática que vive en Cote d’Ivore y parar a ver unos telares al borde de la carretera. Hacen estampados increíbles con una simple cámara de coche cortada a lo largo. La habilidad del encargado de diseñar los estampados nos sorprendió. Y el ver a niños de 10 años trabajando en esos telares nos devolvió a la realidad de la manera más directa. Ferkessédougóu (Ferké para los amigos) nos acogió para dormir una noche más antes de cambiar de país. Y no paraba de llover.

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Lógica africana

A los europeos nos sorprenden muchas cosas cuando viajamos por África. Nos sorprende el desorden, la incapacidad para hacer una cola, la suciedad, las carreteras… Pero en dos semanas uno se acostumbra a todo. Incluso a lidiar con la corrupción. Pero a lo que no hemos podido acostumbrarnos es al tipo de lógica que gastan. Nosotros la hemos llamado lógica africana. Y difiere mucho de la europea. Incluso de la latina o mediterránea propia de nuestro país que tanto critican en el norte de Europa.

Aquí las cosas son como son. Y no pretendemos cambiarlas. Pero no dejan de ser curiosas. No tiene lógica que los tro-tro, las destartaladas furgonetas que sirven de transporte público (por cierto que una se nos desmontó literalmente encima…) arranquen a toda pastilla de las paradas y se incorporen al tráfico rodado sin mirar si viene algún vehículo. Hemos visto imágenes de peligro extremo cuando un camión cisterna se acercaba por detrás y tuvo que dar un volantazo para no empotrarse con una de ellas. Y lo hacen así porque el primero que llega a la siguiente parada se lleva los clientes que están allí esperando. Prisas, frenazos, pitos y acelerones… hasta llegar al semáforo. Entonces no sabemos qué ocurre ni porqué ocurre, pero el tro-tro que ha llegado primero, el que más temeridades ha hecho, el que luchaba por llevarse un cliente como fuese (lo que le reporta 60 cidis que al cambio no llega ni a 30 céntimos de euro), ESE, arranca apaciblemente y es rebasado por cinco tro-tros que le arrebatan la clientela de la parada que tiene a escasos 100 metros.

Tampoco tiene lógica que circulando por carretera un coche te alcance y no haga ademán de adelantarte durante 50 kilómetros. Pero cuando se decide se coloca a tu lado, te cierra, aminora la marcha, da un frenazo acompañado por un volantazo y se para a comprar lo que vendan en ese momento en el arcén cuando eso mismo lo venden a lo largo de todo el camino. No lo podría haber hecho antes? Pues no…
Lógica africana. Como el que barre todo el bar, lo deja impoluto pero deposita lo barrido en la misma puerta y el viento lo empuja de nuevo hacia el interior. O el que friega el suelo de la zona de paso de un hotel en el momento del checkout que es cuando hay más tráfico de gente, que vendría a ser lo mismo que fregar el suelo de un colegio cuando salen los niños de clase… Eso sí, las cuatro horas anteriores ha estado vagabundeando por las instalaciones con el mocho en la mano sin ponerse a fregar ni una baldosa.

Claudia se enamoró rápidamente de las telas africanas y quiso hacerse un vestido y una falda. Allá que nos fuimos a un sastre en Burkina Faso. Te toman medidas para hacerte el vestido a medida. Pero curiosamente solo toman tres medidas diferentes y encima no se apuntan nada. Resultado desastroso… Una vez en Ghana se lo quiso arreglar, así que nos acercamos a una costurera. Más de lo mismo. Pero esta vez tomaron las tres medidas famosas (cadera, cintura y pecho) y no usaron ni un solo alfiler. A ojo, que es como se demuestra que uno domina su trabajo y sabe lo que se hace. Pero lo debieron medir a su manera, porque cuando fuimos a buscar el resultado no se parecía en nada a lo que pedimos. Claudia había pedido que le cortasen el vestido por debajo de la rodilla y seguía igual. Que le hiciesen el escote más bajo y seguía igual. Que la espalda fuese más destapada y seguía igual. Solo le pusieron una cremallera más larga. Y nada más. Hasta tres veces tuvimos que ir a la costurera para lograr un resultado más o menos aceptable… Con lápiz y papel y un metro hubiésemos avanzado mucho más. Pero… ¿desde cuándo se apuntan las medidas las costureras?

También funcionan diferente los diseñadores gráficos. Acudimos a uno para hacer unos adhesivos de un patrocinador (Quantik) y la experiencia fue cuanto menos curiosa. Los ordenadores tienen los menús y los avisos escritos en alfabeto chino y como no lo entienden van probando cosas hasta conseguir más o menos (siempre menos que más…) lo que buscas.
Poco lógico nos parece a los europeos que hayan cinco personas detrás de la barra de un bufet aburridos como ostras y con los brazos cruzados y tengas que pedir el pan porque no lo han sacado de la cocina, hacerte tu mismo las tostadas, servirte el café y buscar una mesa libre donde no haya comido nadie antes, porque ahí se quedan los platos sucios hasta el día siguiente.

No es lógico que esté bien visto (o por lo menos que no esté mal visto) que una secretaria de una empresa se eche una siestecita mientras estás esperando delante de ella a que llegue el jefe. Simplemente pone los brazos encima de la mesa, la cabeza encima de los brazos y sin ningún reparo se pone a dormir…
Los vendedores de la calle también tienen su propia lógica. Cuando entras en una zona donde venden mangos, hay veinte puestos donde venden mangos. Uno seguido al otro. Bien juntos, para que quien quiera comprar mangos se vuelva loco intentado decidir con quien hace la transacción ayudado por los gritos de los vendedores para llamar su atención. Yo no compro según lo que me gritan. Compro según el aspecto que tengan… Ah! Y si se venden mangos, se venden mangos. Quizás más adelante encuentres 20 puestos donde vendan pan. Todos juntos. Uno al lado de otro. Pero solo pan. Si quieres mangos, haber comprado antes… Porque el mango y el pan deben llevarse mal. Y el pan con la piña también. Y el mango con el plátano. O el plátano con la sandía…

Curioso puede llegar a ser (sobre todo al principio) sentarte en un restaurante, que te traigan una carta con muchos platos y que a la hora de pedir solo tengan tres de ellos. Muchos de estos restaurantes están desabastecidos. Es lógico en África y en según que poblados. Pero… ¿no sería mejor decir de buen principio los platos que tienes y no dejar que el cliente juegue a una especie de lotería sin sentido probando suerte con diez platos diferentes hasta que acierta con uno que sí te pueden servir? O sea, comentar de buen principio: “tenemos A. B y C. El resto no” Así que completar el menú puede llevarte 20 minutos probando y probando:

– “Tienes H?”
– “No. No tenemos”
– “Bien, y J? Tienes J?
– “No. No tenemos”
– “Aha… Y S, tienes?”
– “No. No tenemos”
– “A ver… mira Claudia! Tienen N! Te apetece? Sí claro! Que rico!. Una de N, por favor”
– “No, no tenemos”
– “Vale… y que tienes?”
– “Tenemos pescado”
– “Ah! Pues para mi pescado D”
– “No. No tenemos pescado D”
– “Bueno, pues pescado F”
– “No, no tenemos pescado F”
– “Madre mía… y qué pescado tienes, majo?”
– “Tenemos sólo pescado R”
– “No me gusta, pero tráelo por dios!…”

Y no exagero…

Poca lógica tienen las carreteras. En Ghana, por ejemplo, hay un poblado detrás de otro. Y cada poblado tiene su retahíla de badenes de 60 centímetros de alto. Suelen tener tres: uno al principio, otro en medio y otro al final. Tienes que parar el coche literalmente si no quieres salir despedido. Así, para hacer los 240 kilómetros que separan Kumasi de Accra (las dos principales ciudades del país) tardas 5 horas. Muy “rápido”. Es la solución que ha encontrado el gobierno para aminorar la marcha de los coches en los poblados. Porque en Ghana se construyen autovías, pero no por fuera de las aldeas a modo de variante. Se aprovecha el trazado de la antigua carretera… y se ponen badenes! En la autovía! Si tienes la mala suerte de no ver uno de estos sube-baja y te lo comes, adiós coche… Eso sí: pagas peaje.

En las carreteras también te encuentras camiones. Muchos camiones. Y muy lentos. Pero mucho, mucho. Los puedes adelantar caminando… Los llevan sobrecargados hasta límites insospechados, con los chasis doblados, los tubos de escape escupiendo una humareda impresionante, las bocinas atronando… y sin luces. Entonces, cuando llega la noche, hacen convoyes. Uno que tiene luces va delante abriendo camino. Detrás de él, unos cuatro o cinco camiones. Y el último, el que cierra el grupo, que también tiene luces. Y así van desplazándose. Bueno, más o menos… Estorban más que circulan. Si no sabes de la existencia de estos “convoyes con pocas luces”, empiezas a adelantar y te encuentras con una caravana de camiones a un metro el uno del otro y que no te dejan espacio para volver a entrar en tu carril. Fantástico. Y el camión que no puede seguir el ritmo de la caravana (que debe ser de unos 10km/h en algunos puntos) se para a dormir en medio del carril esperando a que se haga de día para volver a ponerse en movimiento. Y claro, triángulos de emergencia para avisar de que hay una mole parada sin una sola luz en medio del carril por el que circulas, pues no. Se ponen cuatro ramas de un árbol en el suelo y ya está indicado. Es uno de los peligros de circular de noche por África. Y es realmente peligroso. No son para hacer bromas los accidentes que vemos, pero mejor sacarle hierro al asunto… y no circular de noche.

Pese a que ya llevamos dos meses por aquí, hay cosas que nuestra mentalidad occidental no es capaz de asimilar. No son cosas malas. No te molestan una vez las tienes controladas. Te llaman la atención y no creo que nos la deje de llamar. Porque esto es África. Y si lo pones en una balanza, siempre ganarán las personas, con su humor y su alegría. Y la lógica africana te parecerá maravillosa…

Las fotos han sido hechas con el móvil…

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Para dar la vuelta al mundo

Hablas con unos. Hablas con otros. Y todos (o casi) te dicen que su sueño es viajar. Hay muchas maneras de hacerlo. Tantas como personas. Pero la que cada día gana más adeptos es, sin duda, viajar de manera autónoma. O sea, con un vehículo. Y ese vehículo debe ser resistente, amplio y 4×4. Como el nuestro, una Volkswagen T3 Syncro preparada para todo. Es resistente, es amplio y es 4×4. Y nos está llevando a cumplir nuestro sueño de viajar por el mundo. Pero además nosotros tenemos la inmensa suerte de que Volkswagen Vehículos Comerciales nos apoya en todo momento.

Volkswagen. Siempre he sido amante incondicional de esta marca. Antes de viajar con la T3 Syncro lo he hecho al volante de una T2 “aircooled” con motor bóxer 2.0 refrigerado por aire (de ahí “aircooled”). Muchos kilómetros y muchas anécdotas. Una forma diferente de viajar. Y la vendí con mucha pena para hacerme con la maravilla que hoy nos lleva por África. También tuve un Escarabajo. Era un 1200 standard de 1965. Rojo. Y divertido. Muy divertido. También lo vendí. Entonces llegó el Golf VI 1.6 TDI negro, quizás el mejor coche que he tenido. Combinaba prestaciones suficientes para moverse con dinamismo con un consumo ridículo. Siempre Volkswagen. Y creo que siempre viajaré con uno de ellos. Más todavía viendo las últimas creaciones de la marca.

La gama 4Motion de Volkswagen Vehículos Comerciales se ha convertido desde el primer momento en una base inmejorable para preparar un vehículo de expedición. Quizás tenga el concepto de vehículo un poco atrofiado. Siempre los miro como una herramienta para hacer un gran viaje, para vivir en su interior y que sean capaces de llevarme por el mundo. Por todo el mundo. Y ahora la gama 4Motion me tiene enamorado. Abarca versatilidad, seguridad, fiabilidad, capacidades off-road y posibilidades de preparación (o camperización…).
Siete modelos nos ofrece Volkswagen Vehículos Comerciales en su gama 4Motion: Caddy, Transporter, Caravelle, Multivan, California, Amarok y Crafter. Seguro que alguno encaja perfectamente con lo que buscas.

Crafter 4Motion

Nuestro sueño lleva ese nombre. Nos encanta esta furgo. Nos ha gustado desde la primera vez que vimos fotografías corriendo por Internet. Crafter 4Motion… Me la he imaginado mil veces preparada como vehículo overland. Con su mobiliario interior, su zona de baño con ducha y WC y una cama. No necesitas nada más. Cuando viajas te vas dando cuenta de que muchas cosas de nuestra actual furgoneta no se usan. No necesitas un gran almacenaje. Casi siempre encuentras lo que buscas allí donde vas. Siempre que no quieras lujos occidentales, claro. Con unos poco muebles, una cocina de camping gas, unos depósitos de agua, la zona de baño, una calefacción estática y una placa solar que te aporte la electricidad suficiente como para ser totalmente autónomo, te sobra. Claro que se puede viajar con una Crafter totalmente equipada y con unos acabados extraordinarios. Eso va a gusto de cada uno.

El encargado de transformar este modelo en algo excepcional es Achleitner, que sabe un montón de que va esto. Se encargaba de la preparación de las furgonetas que hacían de asistencia en el Dakar y es capaz de transformar vehículos normales en auténticas armas militares. Achleitner ha centrado sus esfuerzos en ofrecer un bastidor de lo más fiable. Ha modificado el eje delantero y el trasero, que es rígido (con las ventajas que eso comporta para su preparación y uso en off road). Muelles reforzados con mayor recorrido, amortiguadores progresivos y estabilizadoras modificadas son capaces de mejorar la distancia libre al suelo en 25cm y de levantar la carrocería 10 centímetros respecto al modelo original. La motorización para el Crafter 4Motion es la más potente de la gama: el 2.0 TDI Biturbo con 163CV y 400Nm de par, más que suficiente para mover nuestra hipotética furgoneta overland perfecta con total soltura por la dunas del Sahara, el barro de Centroamérica, los empinados caminos asiáticos o las aguas de los ríos de la estepa mongola. Ya nos vemos moviéndonos con una de estas maravillas que comercializa Volkswagen Vehículos Comerciales por las zonas más remotas de la tierra. Por soñar que no quede…

T5

La evolución de lo que vendría a ser nuestra T3 Syncro se llama Rockton. Hacía tiempo que Volkswagen Vehículos Comerciales no lanzaba al mercado un modelo tan representativo, ambicioso y multiusos como lo fue la T3 Syncro en su momento. Se trata de una T5 preparada para un uso de lo más intensivo por fuera de carretera. O sea, ideal para hacerse un pequeño vehículo de expedición. Ha sido pensada para dar cobertura a los trabajos más duros, combinando el transporte de personas con el de mercancías. Si un vehículo es capaz de soportar el trato al que le puede someter un conductor profesional en su día a día, no hay duda de que soportará las pistas y las carreteras más duras en cualquier viaje que tengas en mente.

El Rockton está basado en el Transporter Kombi, pero con tracción permanente con un embrague Haldex (de cuarta generación), bloqueo de diferencial en el eje trasero, altura de la carrocería 30mm más alta y suspensión y amortiguadores reforzados. A nosotros nos encanta y vemos en ella un mundo de posibilidades de camperización. Con un techo elevado y cuatro cosas, a viajar!

Si quieres algo menos radical (¿porqué?) en la gama 4Motion de Volkswagen Vehículos Comerciales tienes la Transporter, la Caravelle, la Multivan y la California. Esta última sigue manteniendo el espíritu de las primeras T1, unas furgonetas que son un icono de la libertad incluso 60 años después de haber sido lanzada. Las T5 te permiten tener un solo automóvil para todo. Lo puedes usar para ir a la oficina, repartir paquetes o transportar personas y serán capaces de llevarte hasta donde quieras si ese es tu deseo. La estampa típica de una de estas furgos con el toldo desplegado en medio del desierto hace soñar a cualquiera. ¿o no?

Caddy

La más pequeña de la gama 4Motion no es ni la peor ni la menos versátil. Ni mucho menos. La Caddy tiene muchas ventajas. Empezando por el precio y terminando por el peso y las posibilidades de preparación. El precio es básico para acceder a uno de estos vehículos si tenemos deseos de viajar por todo el mundo. El peso es un problema si viajamos solos. Y las posibilidades de preparar el interior a nuestro gusto es esencial. Nosotros nos quedaríamos con la versión Maxi, con batalla más larga y una interior 45 cm más largo. El acabado Tramper incorpora mesa, sillas, un colchón y una tienda de campaña que se monta en la parte trasera. Atención al Caddy 4Motion Himalaya, que ofrece 3,5cm de altura extra respecto al suelo.

Amarok

Ahora el Amarok se ofrece en cabina simple, lo que le convierte en una muy buena base para montarte una especie de autocarvana todo terreno. Simplemente debes elegir la célula vivienda que más se adapte a tus necesidades y ya lo tienes. La cabina simple es nuestra preferida, pues el peso está mucho más centrado cuando le montas este tipo de células (visita las webs de Tischer, Bimobil o Uro Camper, por ejemplo) y las mismas pueden ser más grandes y espaciosas. En cuanto a las cualidades todo terreneras del Amarok, no vamos a ser nosotros quienes las descubran. Simplemente decir que también ha sido vehículo de asistencia en el Dakar…

Elegir entre uno de los modelos de la gama 4Motion de Volkswagen Vehículos Comerciales no es tarea fácil. Bueno, para nosotros quizás no sea tan difícil. Sólo tienes que leer el principio del texto para darte cuenta de que la Crafter nos tiene robado el corazón…

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El valor de vivir

Lo emocionante de viajar es que por mucho que lo hagas toda la vida nunca dejas de sorprenderte. Ya sea por Centroamérica, por Asia o por África. Incluso en los países mal llamados desarrollados te encuentras con cosas que llaman la atención. La capacidad del ser humano para adaptarse a cualquier circunstancia es increíble. Hemos podido vivirlo en primera persona. Hemos podido verlo en primera persona. Hemos podido oírlo en primera persona. Y olerlo. Y tocarlo. Por que hemos tenido la inmensa suerte de conocer a unas mujeres que han decidido dar un paso adelante y luchar contra las creencias místicas y contra el machismo intrínseco de unos países donde quien manda es el hombre. Unas mujeres que han sabido pelear por su vida. Aquí las llaman supervivientes. Y realmente lo son. Sin conocerlas se diría que la palabra es una más del diccionario para definir lo que es una persona que vive después de la muerte de otra o después de un determinado suceso. Pero ellas le suman a ese frío vocablo otras palabras como valentía, inconformismo, dureza, ilusión, esperanza…

Lo sabemos de primera mano. Nos han dejado entrar en sus vidas (no sólo en sus casas) para compartir con ellas su día a día. Ha sido una de las mejores experiencias que hemos vivido. Y tenemos unas grandes fotos acompañadas de vivencias. Estamos preparando un reportaje para un revista de tirada nacional. Pero aquí, en nuestro blog, no podemos (ni queremos) olvidarnos de Francisca, ni de Yaa Mansah, ni de Regina, ni de Vivian, ni de Raheemah (quizás la que más nos ha impactado), ni de las dos Beatrice, ni de Ayisha, ni de Lidia, ni de Monica, ni de la joven Claudine, que viene desde Benin hasta Kumasi para tratar su cáncer, ahora con metástasis en el cerebro. Son más de 12 horas de viaje en bus para alguien a la que le han dicho que aquí, en Ghana, no la pueden tratar…
Para ellas, para estas mujeres que sin duda formarán parte de la historia de la lucha contra el cáncer de mama en África, toda nuestra admiración.

La duodécima mujer que lucha por salvar su vida y unirse al grupo de supervivientes tiene 54 años, un tumor en su mama derecha y es anónima. Con ella pudimos compartir quirófano y ver cómo se lleva a cabo una mastectomía en África. La Dr. B nos invitó y aceptamos al momento. Mientras ella cortaba, cauterizaba, volvía a cortar y a cauterizar, buscaba ganglios con sus dedos, sudaba y reía, esta mujer dormía. Seguramente se durmió nerviosa, deseando que esa operación le acabe salvando la vida, temerosa de su futuro que a partir de ahora tendrá que afrontar con una sola mama. Y nosotros lo vimos todo. Las fotografías pueden herir los sentimientos de los más aprehensivos.

Breast Care International (BCI) está dispuesta a seguir luchando contra el cáncer de mama en Ghana con todas las herramientas a su alcance. La donación de 10.310 euros de Volkswagen Vehículos Comerciales les permite respirar un poco y seguir adelante. Una de las maneras es formando a formadores. Y esas nuevas formadoras se encargarán de formar a otras que a su vez ayudarán y darán soporte moral a mujeres que hayan sido diagnosticadas de cáncer de mama. Fuimos invitados a este curso de formación: Hope Peer Navigation Training Program. Es la primera vez que se hace en Ghana y se han encargado de ello las estadounidenses Reverend Tam Denyse y Ekland Abdiwahab (de Carriestouch.org). Tam, a parte de ser una gran creyente, es una superviviente de cáncer de mama.

A lo largo de los tres días del training hemos podido ver las dificultades de las formadoras para inculcar nuevos valores a las formadas. Es casi como cambiar su personalidad. Y podríamos decir que lo han logrado poco a poco, sin desfallecer, involucrándolas y sumergiéndolas en esa nueva manera de tratar a la gente. Su tarea ahora es la de formar a otras voluntarias para que, llegado el momento de hablar con una mujer que sufra cáncer de mama, sepan usar las palabras adecuadas, sepan conectar con ella, animarla y ayudarla en todo lo posible. Se les enseñó cómo evitar que dejen el tratamiento o que no acudan al hospital porque cuesta dinero, cómo manejar la situación familiar, cómo afrontar los cambios que se le vienen encima. Al final todas recibieron un certificado de asistencia que seguro que ya debe estar colgado en las paredes de sus casas.

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