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Vídeo homenaje a la Kombi

Fue mi primera furgoneta. Desde pequeño había querido tener una. Recuerdo perfectamente el día que la vi por primera vez, en la Plaza Lesseps de Barcelona. Iba con mi padre y quedé tan maravillado ante esta furgo que nunca más me la pude quitar de la cabeza.

20 años después, con mi primer sueldo (que gané trabajando en Onda Rambla) me fui directo a una sucursal de Caixa Catalunya y pedí un crédito para pagar plazos una T2 que había visto en Campercar, un conocido taller de VW clásicos de la ciudad. Era el año 1999. Me lo concedieron y me fui volando al taller para dar la paga y señal. Por fuera estaba pintada de lila, le faltaban los tapacubos, las llantas estaban oxidadas y el motor fuera de punto. La hice pintar de arriba a abajo en su color original y un repaso a fondo la puso de nuevo a rodar. Fueron muchos los kilómetros recorridos y las anécdotas vividas al volante de la T2, que al final vendí para comprar la T3 Syncro.

Es por eso que hoy, cuando me ha llegado la nota de prensa de VW diciendo que estaba disponible un vídeo de homenaje a la Kombi por el cese de su fabricación tras 56 años en producción, ni me lo he pensado. Siempre tendré un recuerdo imborrable de ella. Espero que lo disfrutéis. Aquí os lo dejo:

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Atrapa tu sueño, como los Zapp

“Debemos escribir otro post”, pensaba desde hacía días. Pero no nos gusta escribir por escribir. Siempre tiene que haber algo que enganche al lector (o al bloguero…). No es necesario que refleje cosas de la aventura así, sin más. Nosotros seguimos teniendo mucho que explicar. Fueron varios meses fuera de casa, viviendo en la furgo y en contacto permanente con la gente de ahí donde pasábamos.
Una de las cosas que van cambiando a medida que avanza una aventura es la sensación de inseguridad. A menudo, cuando preparas un viaje de estas características sentado delante del ordenador, leyendo periódicos, viendo las noticias en televisión, escuchando a amistades alarmistas te vuelves paranoico. Empiezas el viaje pensando que quizás te robarán, que serás atacado, detenido, que quizás te secuestren. Vamos, que desaparecerás de la faz de la tierra. Evidentemente, no hay manera de saber qué ocurrirá, pero a medida que pasan los días te vas relajando llegando incluso a ponerte en peligro. De eso sólo te das cuenta cuando estás de vuelta. Y ni así.
Nosotros no nos vimos en problemas en ningún momento. Ni en Mauritania, ni en Malí, ni en Costa de Marfil. Evidentemente hay ocasiones en las que no ves las cosas claras. Hubo un momento de pánico cuando vimos que no podíamos acceder a Guinea Conakry y teníamos que ir a Malí. Yo lo sufrí. Los nervios te bloquean y no consigues ver nada de manera positiva. Pero Claudia estaba allí para calmar los ánimos y ver las cosas de otra manera. Debíamos seguir para llegar a Ghana. Y esa era la única ruta posible. Los que habéis seguido el blog ya sabéis que fue una de las mejores decisiones de nuestra vida. La gente de Malí es impresionante.
A veces lloro. Lo hago sólo. Me sobreviene una tristeza tremenda recordando lo que vivimos. Es como la morriña galega. Supongo, porque yo soy catalán. Pero lo que está claro es que esos recuerdos te hacen soñar. Incluso a veces desconectar. Te impiden prestar atención a lo que estás haciendo. Como ahora, que estoy en la montaña pero me acabo de trasladar a Burkina Faso. Porque ya sabéis que no queríamos volver.
Unos años antes de partir empecé la lectura de “Atrapa tu sueño”, muy recomendable para los que piensan en cambiar el rumbo de sus vidas algún día. De qué trata? De una pareja que un buen día lo dejaron todo para ponerse en ruta al volante de un antiguo coche de los años 20 (un Graham-Paige de 1928) y cruzar el continente americano desde Argentina hasta Alaska. Fue el primero de una serie de viajes impresionantes que aún hoy siguen llevando a cabo con ese mismo vehículo. Lo puedes adquirir haciendo click aquí. Nosotros hemos empezado a perseguir nuestro sueño, como el título del libro de Candelaria y Herman, “los Zapp”. Y lo atraparemos seguro. En ese libro, una referencia para todo aquel que decide cambiar su vida para vivirla y disfrutarla (y si obviamos la profunda religiosidad de la pareja), hay una cita que dice:
«Lo que ustedes están haciendo es el sueño irrealizado de muchos de nosotros, que vemos pasar los años y las oportunidades por motivos que no tienen razón de ser. Un sueño realizado es la mayor fortuna que un hombre puede llegar a tener. Pase lo que pase, seguirá con él, nadie podrá quitárselo. Ni la muerte. Porque lo llevará guardado en el alma»

Poco más se puede decir. Considero que es una verdad irrebatible. No hay nada mejor que un recuerdo. Pero la vida sigue. Y volver a viajar es difícil. Y sobre todo, costoso. Tenemos decidido cuál será nuestro próximo destino: Asia. Pero hasta que ese momento llegue y podamos acumular otro recuerdo que ni la muerte pueda arrebatarnos, debemos seguir luchando para poder seguir persiguiendo nuestro sueño… hasta atraparlo.

De momento hemos cambiado la calidez de la gente africana, los kilómetros y kilómetros de desierto, las noches en vela por el calor, los mosquitos y las comidas picantes por horas y horas en el estudio de fotografía de Claudia y por un trabajo a tiempo parcial en una estación de ski que no me deja ni un fin de semana ni un festivo libre hasta después de semana santa. Tenemos que ahorrar mientras pensamos en proyectos, como pasar un par de meses en Sardegna para hacer un reportaje que hace tiempo que a Claudia le ronda por la cabeza, o mientras intentamos mover el documental que realizamos en Ghana con las supervivientes del cáncer de mama de los hospitales Peace & Love.

Para los que no lo sepan, ese reportaje debía haber aparecido en la revista Yodona coincidiendo con el día mundial del cáncer de mama que se celebra en octubre, pero a una semana de publicarse y con todo hablado y pactado se tiraron atrás no sabemos aún muy bien porqué. Ellos se basaron en que las fotografías eran duras. El cáncer es una enfermedad dura. Claudia hizo un trabajo excelente para lograr reflejar lo que esas mujeres llegan a sufrir en un continente en el que esta enfermedad sigue siendo tabú. En fin, que nos dejaron tirados y sin cobrar. Y lo que duele más: sin saber nada más de ellos pese a los mails que les enviamos. En fin…

Seguimos adelante. No hay nada que nos pueda parar. Como dice la canción Mar, el poder del mar de Delafé, «esto no se para!». Nos costará más que en la primera ocasión, pero lo conseguiremos. Estoy seguro de ello.

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Lo que nos hacía rabiar

Hace ya unos días que llegamos a Barcelona. Llegamos a Barcelona, que no quiere decir que hayamos vuelto. Los recuerdos de lo vivido son imborrables. Y lo serán para toda la vida. En tres meses y medio hay días para todo: para la felicidad y para la tristeza; para reír y para llorar; para pasar calor y para pasar frío; para cansarse y para descansar; para hacer fotos y para hacer vídeos; para conocer a gente y para despedirse. Para vivir.

Es duro volver a poner los pies en el suelo de un país desarrollado y de una ciudad como Barcelona. Ves a la gente de otra manera. Los primeros días te horrorizas cuando accedes a un centro comercial y ves lo superficiales que podemos llegar a ser. Queremos irnos. Y cuanto antes lo logremos, mejor.

Queremos irnos para volver a conocer (volver a conocer, curiosa construcción…) a gente de otras culturas. A PERSONAS, en mayúsculas. Personas que nos han abierto su corazón, que nos han ofrecido todo lo que tenían, por muy poco que fuese. Echamos de menos hablar con los policías de los controles de carretera, que se quedaban alucinados al ver el tatuaje de letras árabes que llevo en el antebrazo. Lo traducían y reían. Echamos de menos perder tres horas para cruzar una frontera ahora que sabemos cómo movernos y evitar a los vividores que se creen que eres mercancía y te piden dinero por no hacer absolutamente nada. Queremos sentir de nuevo los nervios de desviarnos de la ruta marcada y acceder a un camino sin saber muy bien donde va a parar. Echamos de menos conducir con el viento entrando por las ventanas y el sol pegando en nuestras caras. Nos teníamos que poner crema protectora para no quedar carbonizados. Y así una anécdota tras otra. Hasta poder llenar un libro.

Nos gusta viajar. Y lo hacemos con gusto. Nos encanta interactuar con los demás. Nos apetece pasar calor en el desierto porque sabemos que por la noche el frío se nos echará encima y podremos encender una fogata para calentarnos. Nos apetece mojarnos con las lluvias torrenciales que dejan todo embarrado, ponernos unas zapatillas de deporte y caminar. Pocas cosas hay que puedan igualar la sensación de caminar por pueblos y ciudades en los que acaba de caer una buena tormenta aunque, como nos pasó en Bobo, nos haya obligado a coger un taxi que no podía resistir el agua y se paraba irremediablemente. Nos gusta buscar lugares para dormir aunque tengamos que empezar la búsqueda a las 3 de la tarde.

Discutimos varias veces a lo largo de los tres meses y medio que duró la aventura. Eso no se le escapa a nadie. Pero lo hicimos a gusto. Discutíamos porque pasar 24 horas juntos en una furgoneta pasando calor, frío, con lluvia, con tormenta de arena, con cansancio, con pena, con nervios, con alegría… pues no es fácil. Pero recompensa hasta límites insospechados. Ahora sabemos que podemos afrontar nuevas aventuras juntos. Y lo haremos. Sin duda. Estar de vuelta en Barcelona es solo un trámite.

Muchos quieren vivir una aventura en su vida. Viajar de otra manera durante un tiempo. Cambiar sus costumbres y olvidarse de todo. Después, a la vuelta, la rutina se convierte en la nueva aventura. No queremos que nos pase eso. Queremos vivir una vida de aventuras y viajes. Y lo haremos. Sin duda. Lo que nos hacía rabiar nos empuja a ello. Porque ahora nos encanta.

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Lógica africana

A los europeos nos sorprenden muchas cosas cuando viajamos por África. Nos sorprende el desorden, la incapacidad para hacer una cola, la suciedad, las carreteras… Pero en dos semanas uno se acostumbra a todo. Incluso a lidiar con la corrupción. Pero a lo que no hemos podido acostumbrarnos es al tipo de lógica que gastan. Nosotros la hemos llamado lógica africana. Y difiere mucho de la europea. Incluso de la latina o mediterránea propia de nuestro país que tanto critican en el norte de Europa.

Aquí las cosas son como son. Y no pretendemos cambiarlas. Pero no dejan de ser curiosas. No tiene lógica que los tro-tro, las destartaladas furgonetas que sirven de transporte público (por cierto que una se nos desmontó literalmente encima…) arranquen a toda pastilla de las paradas y se incorporen al tráfico rodado sin mirar si viene algún vehículo. Hemos visto imágenes de peligro extremo cuando un camión cisterna se acercaba por detrás y tuvo que dar un volantazo para no empotrarse con una de ellas. Y lo hacen así porque el primero que llega a la siguiente parada se lleva los clientes que están allí esperando. Prisas, frenazos, pitos y acelerones… hasta llegar al semáforo. Entonces no sabemos qué ocurre ni porqué ocurre, pero el tro-tro que ha llegado primero, el que más temeridades ha hecho, el que luchaba por llevarse un cliente como fuese (lo que le reporta 60 cidis que al cambio no llega ni a 30 céntimos de euro), ESE, arranca apaciblemente y es rebasado por cinco tro-tros que le arrebatan la clientela de la parada que tiene a escasos 100 metros.

Tampoco tiene lógica que circulando por carretera un coche te alcance y no haga ademán de adelantarte durante 50 kilómetros. Pero cuando se decide se coloca a tu lado, te cierra, aminora la marcha, da un frenazo acompañado por un volantazo y se para a comprar lo que vendan en ese momento en el arcén cuando eso mismo lo venden a lo largo de todo el camino. No lo podría haber hecho antes? Pues no…
Lógica africana. Como el que barre todo el bar, lo deja impoluto pero deposita lo barrido en la misma puerta y el viento lo empuja de nuevo hacia el interior. O el que friega el suelo de la zona de paso de un hotel en el momento del checkout que es cuando hay más tráfico de gente, que vendría a ser lo mismo que fregar el suelo de un colegio cuando salen los niños de clase… Eso sí, las cuatro horas anteriores ha estado vagabundeando por las instalaciones con el mocho en la mano sin ponerse a fregar ni una baldosa.

Claudia se enamoró rápidamente de las telas africanas y quiso hacerse un vestido y una falda. Allá que nos fuimos a un sastre en Burkina Faso. Te toman medidas para hacerte el vestido a medida. Pero curiosamente solo toman tres medidas diferentes y encima no se apuntan nada. Resultado desastroso… Una vez en Ghana se lo quiso arreglar, así que nos acercamos a una costurera. Más de lo mismo. Pero esta vez tomaron las tres medidas famosas (cadera, cintura y pecho) y no usaron ni un solo alfiler. A ojo, que es como se demuestra que uno domina su trabajo y sabe lo que se hace. Pero lo debieron medir a su manera, porque cuando fuimos a buscar el resultado no se parecía en nada a lo que pedimos. Claudia había pedido que le cortasen el vestido por debajo de la rodilla y seguía igual. Que le hiciesen el escote más bajo y seguía igual. Que la espalda fuese más destapada y seguía igual. Solo le pusieron una cremallera más larga. Y nada más. Hasta tres veces tuvimos que ir a la costurera para lograr un resultado más o menos aceptable… Con lápiz y papel y un metro hubiésemos avanzado mucho más. Pero… ¿desde cuándo se apuntan las medidas las costureras?

También funcionan diferente los diseñadores gráficos. Acudimos a uno para hacer unos adhesivos de un patrocinador (Quantik) y la experiencia fue cuanto menos curiosa. Los ordenadores tienen los menús y los avisos escritos en alfabeto chino y como no lo entienden van probando cosas hasta conseguir más o menos (siempre menos que más…) lo que buscas.
Poco lógico nos parece a los europeos que hayan cinco personas detrás de la barra de un bufet aburridos como ostras y con los brazos cruzados y tengas que pedir el pan porque no lo han sacado de la cocina, hacerte tu mismo las tostadas, servirte el café y buscar una mesa libre donde no haya comido nadie antes, porque ahí se quedan los platos sucios hasta el día siguiente.

No es lógico que esté bien visto (o por lo menos que no esté mal visto) que una secretaria de una empresa se eche una siestecita mientras estás esperando delante de ella a que llegue el jefe. Simplemente pone los brazos encima de la mesa, la cabeza encima de los brazos y sin ningún reparo se pone a dormir…
Los vendedores de la calle también tienen su propia lógica. Cuando entras en una zona donde venden mangos, hay veinte puestos donde venden mangos. Uno seguido al otro. Bien juntos, para que quien quiera comprar mangos se vuelva loco intentado decidir con quien hace la transacción ayudado por los gritos de los vendedores para llamar su atención. Yo no compro según lo que me gritan. Compro según el aspecto que tengan… Ah! Y si se venden mangos, se venden mangos. Quizás más adelante encuentres 20 puestos donde vendan pan. Todos juntos. Uno al lado de otro. Pero solo pan. Si quieres mangos, haber comprado antes… Porque el mango y el pan deben llevarse mal. Y el pan con la piña también. Y el mango con el plátano. O el plátano con la sandía…

Curioso puede llegar a ser (sobre todo al principio) sentarte en un restaurante, que te traigan una carta con muchos platos y que a la hora de pedir solo tengan tres de ellos. Muchos de estos restaurantes están desabastecidos. Es lógico en África y en según que poblados. Pero… ¿no sería mejor decir de buen principio los platos que tienes y no dejar que el cliente juegue a una especie de lotería sin sentido probando suerte con diez platos diferentes hasta que acierta con uno que sí te pueden servir? O sea, comentar de buen principio: “tenemos A. B y C. El resto no” Así que completar el menú puede llevarte 20 minutos probando y probando:

– “Tienes H?”
– “No. No tenemos”
– “Bien, y J? Tienes J?
– “No. No tenemos”
– “Aha… Y S, tienes?”
– “No. No tenemos”
– “A ver… mira Claudia! Tienen N! Te apetece? Sí claro! Que rico!. Una de N, por favor”
– “No, no tenemos”
– “Vale… y que tienes?”
– “Tenemos pescado”
– “Ah! Pues para mi pescado D”
– “No. No tenemos pescado D”
– “Bueno, pues pescado F”
– “No, no tenemos pescado F”
– “Madre mía… y qué pescado tienes, majo?”
– “Tenemos sólo pescado R”
– “No me gusta, pero tráelo por dios!…”

Y no exagero…

Poca lógica tienen las carreteras. En Ghana, por ejemplo, hay un poblado detrás de otro. Y cada poblado tiene su retahíla de badenes de 60 centímetros de alto. Suelen tener tres: uno al principio, otro en medio y otro al final. Tienes que parar el coche literalmente si no quieres salir despedido. Así, para hacer los 240 kilómetros que separan Kumasi de Accra (las dos principales ciudades del país) tardas 5 horas. Muy “rápido”. Es la solución que ha encontrado el gobierno para aminorar la marcha de los coches en los poblados. Porque en Ghana se construyen autovías, pero no por fuera de las aldeas a modo de variante. Se aprovecha el trazado de la antigua carretera… y se ponen badenes! En la autovía! Si tienes la mala suerte de no ver uno de estos sube-baja y te lo comes, adiós coche… Eso sí: pagas peaje.

En las carreteras también te encuentras camiones. Muchos camiones. Y muy lentos. Pero mucho, mucho. Los puedes adelantar caminando… Los llevan sobrecargados hasta límites insospechados, con los chasis doblados, los tubos de escape escupiendo una humareda impresionante, las bocinas atronando… y sin luces. Entonces, cuando llega la noche, hacen convoyes. Uno que tiene luces va delante abriendo camino. Detrás de él, unos cuatro o cinco camiones. Y el último, el que cierra el grupo, que también tiene luces. Y así van desplazándose. Bueno, más o menos… Estorban más que circulan. Si no sabes de la existencia de estos “convoyes con pocas luces”, empiezas a adelantar y te encuentras con una caravana de camiones a un metro el uno del otro y que no te dejan espacio para volver a entrar en tu carril. Fantástico. Y el camión que no puede seguir el ritmo de la caravana (que debe ser de unos 10km/h en algunos puntos) se para a dormir en medio del carril esperando a que se haga de día para volver a ponerse en movimiento. Y claro, triángulos de emergencia para avisar de que hay una mole parada sin una sola luz en medio del carril por el que circulas, pues no. Se ponen cuatro ramas de un árbol en el suelo y ya está indicado. Es uno de los peligros de circular de noche por África. Y es realmente peligroso. No son para hacer bromas los accidentes que vemos, pero mejor sacarle hierro al asunto… y no circular de noche.

Pese a que ya llevamos dos meses por aquí, hay cosas que nuestra mentalidad occidental no es capaz de asimilar. No son cosas malas. No te molestan una vez las tienes controladas. Te llaman la atención y no creo que nos la deje de llamar. Porque esto es África. Y si lo pones en una balanza, siempre ganarán las personas, con su humor y su alegría. Y la lógica africana te parecerá maravillosa…

Las fotos han sido hechas con el móvil…

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Bicis y gusanos

Puedes leer por ahí que Burkina Faso es un sitio para quedarse más tiempo del planeado. Pues debe ser cierto. Un país que se puede cruzar en tres días (a nuestro ritmo, con un coche normal te lo pules en un día) nos costará, si todo va bien, una semana entera. Son muchas cosas las que ocurren aquí. La gente es seria si la comparas con los malís (nadie se pone de acuerdo si son malís o malineses). Pero a la que entablas una conversación se destapan como muy amables. Te dan la bienvenida a sus país y se interesan por ti, por cómo va el viaje, por saber de dónde eres, por tu familia incluso. Y no te molestan. No vas por la calle seguido por una hilera de personas intentando venderte algo. Puedes pasear, mirar algo que te gustaría comprar, hacer fotos, tomarte un café en un bar…

Bobo-Dioulasso es, ya lo dijimos, la segunda ciudad de Burkina Faso. Viven cerca de 450.000 personas, pero la verdad es que cuesta imaginar dónde se meten. No parece tan grande. No hay edificios, no hay grandes barrios. Lo único que hay es polvo y en época de lluvia, como ahora, charcos y barro. Por todas partes hay agua que se queda estancada y se llena de mosquitos. Que te destrocen los pies y los brazos a picotazos es fácil. Y mejor usar un anti mosquitos efectivo de verdad y no lo que todo la gente en España usa: Relec extra fuerte. Debemos visitar las farmacias de aquí para que nos den un remedio urgente…

Bobo (así la llaman) es, en definitiva, agradable. Y está llena de gente agradable. Tanto oriundos como extranjeros. Nosotros coincidimos con una familia francesa de lo más simpática: Fanny, Mika, Satine y Toscan. Son profesores en Nimes. Y viajan con sus dos pequeños de 4 años y 6 meses. Son viajeros. Trabajan para viajar. Este año han decidido pasar los dos meses de vacaciones que tienen visitando Burkina Faso. Nosotros hemos decidido hacer como ellos. Seguir viajando pero a un solo destino y estar el tiempo necesario para conocer a fondo todo un país. Fanny y Mika llegaron a Burkina Faso en avión, se compraron dos bicis y se mueven con transporte público. Y coinciden que África es duro. Y más con dos niños pequeños (uno de ellos un bebé). Tienen un blog muy interesante que recomendamos visitar (si quieres leerlo, haz click aquí).

De ellos, a parte de una cena muy agradable, sacamos una forma de ver las ciudades: en bici. Uno de los días se fueron a visitar una población cercana a Bobo y nos ofrecieron sus bicicletas. No lo dudamos ni un segundo y nos lanzamos al tráfico africano pedaleando. La experiencia nos gustó tanto que ahora tenemos dos bicis vintage africanas dentro de la furgo. Y digo dentro porque el primer día las pusimos en la baca y al pasar por el primer árbol una rama se coló por el cuadro y partió mi bici en dos y dejó la llanta para tirar. Una chapuza con soldador y unos pisotones a la llanta me permiten seguir rodando. La máxima de por aquí: seguir rodando. Harán lo posible para que no te quedes parado. Aunque sea una de las peores chapuzas que haya visto en toda mi vida. Ahora no tengo frenos, voy con una bici en la que el chasis está doblado como si le hubiera pasado un camión por encima y con una rueda que parece un tobogán de un parque acuático. Pero me desplazo. Genial…

Para entrar a Ghana hay dos opciones: o por una carretera desde Bobo o bien desde la capital, Ouagadougou. La primera, que es la más corta, está impracticable en época de lluvias. Y además es de arena. Una arena que aquí es arcilla y que cuando llueve se convierte en un barro implacable. Al mínimo error, te quedas atrapado. La solución es desplazarse hasta la capital, a 370 km al este. Queríamos dormir en un poblado auténticamente Burkino y lo hicimos. La experiencia es inolvidable. Tanto por sus habitantes como por sus múltiples animales e insectos. A contar: burro, lagartos, tortuga, gallinas, hormigas gigantes, mosquitos, moscas, libélulas, pulgas… Pero la ducha africana (un espacio al aire libre con un barreño lleno de agua y un cazo para coger el agua y echártela por encima) y los niños que jugaban sin parar hace que olvides cualquier tipo de incomodidad.

La noche fue larga, pues a las 20h ya estábamos metidos en la furgo. Sin luz eléctrica, con noche cerrada (aquí anochece a las 18.30h), con mosquitos y hormigas picándote y con una compañía que no habla apenas francés, poco se puede hacer. Al levantarse, un té, un café y a seguir camino. Un poco de pan con mantequilla acompaña a la bebida. Lejos queda el homenaje que nos dimos en una tienda de productos orgánicos de Bobo, con su cerveza artesanal y sus platos combinados de productos vegetarianos. Y si seguimos hablando de comida, una de las anécdotas del viaje la hemos tenido en Ouagadougou.

Andábamos con las bicis buscando un mecánico que fuese capaz de afinar ligeramente los desperfectos que había sufrido la mía. No lo encontramos, pero nos paramos delante de un local del que salía música en vivo. Un pequeño grupo de música africana nos esperaba en una especie de plaza de pueblo andaluz. No por lo bonita, sino por la distribución con una gran zona central al aire libre y sus laterales cubiertos. La música sonaba y observábamos las habilidades de la gente para bailar. Esta claro que los negros llevan la música en los huesos.

En una de estas aparece un hombre con una bolsa de la que sacaba algo que se llevaba a la boca. Se acerca y nos ofrece unos gusanos que ya habíamos visto en un mercado rural y que visualmente son poco agraciados. Habíamos estado observando que la gente comparte todo lo que come y que es un feo muy importante rechazar algo a lo que te invitan. Así que no nos queda otra. Nos miramos y nos lo llevamos a la boca: un gusto entre quemado, ahumado e indefinido. Y cruje… Lo acabamos de empujar con un poco de cerveza y nos pedimos unos cacahuetes, que por cierto no están tostados y son frescos.

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Medio día en la Plaza Jamaa el Fna.

Marrakech posee una luz de misterio desde que sale el sol. Te despiertas relativamente pronto y ya notas ese calor especial que te acompaña a la que te alejas de la costa. Empiezas a sudar cuando mueves un dedo y ya no paras hasta que te vas a dormir. Y sigues sudando. Pero quejarse es de débiles. Y con una piscina en el camping no hay queja posible…

Primero un desayuno abundante (lo de “petit» dejeuner debe ser una broma). Y después, bañador y al agua. La mejor manera de quitarte el sudor: nadar, hablar en remojo, relajarse en la piscina. Un pequeño parón para la tarde que nos espera y que empieza a las 13.30h cogiendo uno de los buses de línea regular que pasa por delante del camping y que tiene parada… donde se quiera. Así que lo paramos y nos subimos a él. 14DH (unos 1,4 euros) por los dos para hacer unos 20km y con parada a escasos metros de la plaza Jamaa el Fna

Una vez en Marrakech nos acercamos a ver el ambiente. A esas horas no hay mucho que ver. Algunos carros de zumo de frutas, las tiendas de souvenirs, mujeres que decoran con henna y poco más. Bueno sí: sol y calor. Un sol abrasador. De camino a la plaza más famosa de Marruecos te encuentras lugares donde comer. Lugares donde nunca te pararías ni siquiera a mirar si lo tuyo es el hotel de cinco estrellas y no eres muy dado a probar cosas nuevas. Sitios donde solo hay lugareños. Sitios de esos de pensar que si ellos comen allí, malo no debe ser. Así que decidimos dar marcha atrás y refugiarnos en un auténtico puesto de comidas callejero, una especie de bar que en nuestro país no recibiría ni el calificativo de antro. Nos acomodamos en unas sillas frente a una mesa mugrienta y llena de huesos de pollo. Un trapo para tirarlos al suelo y ya está lista. Pedimos dos tahin que en principio debían ser vegetales pero que tenían trozos de carne por todas partes. El vegetarianismo en África es complicado…

Las raciones, servidas en el típico cono y calentadas en brasas, son más que generosas. Nos fijamos en cómo comen los que allí están sentados. Un trozo de pan y a remojarlo. Los dedos sumergidos en el caldo que acompaña a las patatas, las legumbres, la cebolla, el tomate y algo más. Y a la boca. A los turistas nos traen cubiertos, pero a un amante del pan (como yo) le parecerá una muy buena opción para darse un atracón. El veredicto final: increíblemente delicioso. Nunca se debe perder la oportunidad de probar las comidas de sitios así.

Con la panza llena las cosas se ven… igual pero con la panza llena. El calor sigue ahí. El sol, también. Y la gente. Y los caballos con sus carros. Y como no los vendedores de souvenirs, los carros de zumos de fruta y las mujeres que decoran con henna. Aún tiene poco que ver con el movimiento que te espera pocas horas después. Si quieres matar el tiempo puedes adentrarte en la Medina, pero sigue haciendo calor y los vendedores te agobian. No puedes relajarte ni un segundo a mirar nada porque ya los tienes encima con un “barato, 5DH”. Salimos. Nos sentamos en un bar a esperar.

Una espera que se ve recompensada a las 18.15h cuando aparecen, de golpe y por sorpresa, una marabunta de carritos de color verde. Son los que montan las paradas de comida para la cena. El movimiento aumenta. Subir a una de las terrazas-mirador es una muy buena opción para verlo todo en perspectiva. Unas escaleras separan el suelo de la plaza de una de estas terrazas donde la consumición es obligatoria incluso antes de acceder a ellas. No vemos a nadie, así que pasamos y nos sentamos. Ahora sí que se observa la habilidad de los marroquíes para montar estructuras y cambiar el paisaje que tienes delante en un abrir y cerrar de ojos. En tan solo 30 minutos montan una especie de mini barrio lleno de puestos de comida (esta vez sí, callejeros). Es como una feria de cualquier ciudad española, pero en vez de necesitar dos días ésta se monta y se desmonta en minutos (Tras las fotos encontraréis un vídeo para que lo veáis).

Entre aguas frías que se calientan en minutos y tés con menta que se mantienen calientes hagas lo que hagas, van pasando las horas hasta que la noche abraza toda la plaza. Ese momento es mágico. Las luces se encienden y el humo de las parrillas lo envuelve todo. Volvemos a la calle. Hay mucha gente. Mucha. Adentrarse en esa feria diaria de la comida callejera es un tanto pesado. No puedes dar dos pasos sin que alguno de los “cazadores de clientes” te moleste invitándote a su garito. Cuando averiguan tu nacionalidad empieza la retahíla de frases típicas como : más barato que en el Mercadona de Valencia, Barcelona bona si la bossa sona, adeu Andreu y cosas por el estilo, incluido el omnipresente Barça. Tenemos suerte de que por aquí corre mucho español. El tema de los rusos aún no lo tienen controlado y pretenden convencerles para que se sienten en sus bancos al grito de “Kalasnicov!”. Evidentemente, no tienen el mismo éxito que con nosotros. Una risas y accedemos a uno de esos chiringuitos.

La carta es completa: brochetas, patatas fritas, berenjenas y algo así como “cena” y “pimienta”, que no es otra cosa que la traducción vía google de palabras como “soup” o “pevre”. Así que lo correcto sería “sopa” y “pimientos”. Otra de esas cosas que te sacan una sonrisa de esta gente tan amable y alegre. La carne, según Claudia, no es nada del otro mundo. Solo se salva el pollo, algo contrastado ya de las dos veces que lo ha probado. El resto, seco y sin gusto. Yo opto por unas berenjenas con pimientos y patatas. Buenísimo no estaba, pero se podía comer. A la hora de pagar, sorpresa. 135DH por una comida mala y rápida. No nos convence…

Para volver al camping ya no hay autobús. El último sale a las 20.30 y son las 21:30. Negociamos el precio con un taxi para que nos acerque hasta nuestro alojamiento. Quedamos en 60DH tras ser espectadores de excepción de las discusiones entre los propios taxistas. Nos subimos al coche con uno de ellos. Antes de salir de la ciudad para en el arcén. “Voy a hacer un truco” nos comenta. Arranca dos hojas del manual de usuario del coche. Se baja. Quita el letrero de Taxi del techo del coche y lo deja en el maletero. Abre la puerta. Coge las hojas arrancadas del manual y un poco de cinta aislante. Tapa con ellas la palabra “Taxi” de los laterales del coche. Se sube y continuamos. No nos explica nada, sino que intenta cambiar de tema diciéndonos que ahora se pone el cinturón de seguridad porque salimos de la ciudad. Quizás piensa que no nos hemos dado cuenta de lo que acaba de pasar. Los “petit taxi” como este en el que vamos sentados no pueden salir de la ciudad con pasaje. Por eso ha tapado y quitado todos los indicativos. Finalmente llegamos al camping. Le damos un billete de 200DH y nos devuelve 130. “Habíamos pactado el precio en 60DH, no en 70” le digo. Como si oyera llover. Empieza a hablar en árabe y yo en catalán. Cerramos la puerta y vemos como se aleja de nuevo hacia la ciudad con los papeles aún en las puertas y 10DH de más en su bolsillo. Por lo menos la furgo nos espera, paciente y acalorada, dispuesta a darnos cobijo una vez más.

tahin

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koke jose ramon puig

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claudia maccioni

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10fronterasfotofurgo

Marrakech

jamaa el fna

claudia

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Comienza 10fronterasfotofurgo

Empezamos con los posts de la aventura. De momento hemos tenido suerte y disponemos de Internet en casi todos lados, lo que nos permite poder estar conectados con asiduidad. Y lo aprovechamos para empezar a contar en nuestro blog cómo discurren las cosas. Las fotos están hechas con nuestra última adquisición, una Fujifilm X100 que por el momento hemos decidido que será la encargada de ilustrar nuestro blog. Las fotos de la Canon EOS 5D Mark III (las buenas… ;-)) las podréis ver en la exposición que está organizando Volkswagen Vehículos Comerciales para nuestra vuelta.

Salimos ayer desde Barcelona. A las 10 de la mañana zarpó el barco de Grandi Navi Veloci con destino al puerto de Tánger. El camarote era amplio y aprovechamos para descansar del ajetreo de las últimas semanas. La boda y el viaje han consumido el 100% de nuestro tiempo y de nuestras fuerzas. Así que bienvenida fue la siesta y las 10 horas de descanso nocturno. La discoteca tampoco nos molestó excesivamente, pues en ella se habían instalado dos funcionarios marroquíes con sus portátiles para realizar los primeros trámites aduaneros. Pasamos un buen rato haciendo cola y hablando con los diferentes voluntarios que la organizaban. Por cierto, las mujeres no hacen cola si el coche está a su nombre, pero este no era nuestro caso. Así que estuvimos un par de horas entretenidos.

Y llegamos a Tánger, puerta de entrada a África. Supoerar la aduana fue más fácil que el desembarque. Colas, bocinas, furgonetas cargadas hasta los topes, peatones, policía. Faltaban ojos para controlar todo lo que pasaba alrededor de la furgoneta. Salimos dirección a Chefchaouen rápidamente… pero por la carretera equivocada. En vez de circular por la N2, que discurre por el interior, nos desviamos por la carretera de la costa, donde un viento infernal nos esperaba y nos acompañaría hasta Tetouan. Desde allí, tranquilamente hasta encontrar los desvíos correspondientes (cosa nada fácil ni con un GPS offroad…). La carretera que va desde Tetouan hacia Chefchaouen soporta mucho tráfico de camiones lentos. Y los adelantamientos nos ponían los pelos de punta.

Chefchaouen aparecía en lo alto de una colina y el camping está en lo alto de lo alto de esa misma colina. Un último esfuerzo para la Syncro, que de momento se está comportando perfectamente. Nos acomodamos, cambiamos nuestras vestimentas por unas más cómodas y frescas y nos fuimos a visitar la Medina de calles estrechas y paredes entre el blanco y el azul celeste. Mañana pondremos rumbo a Fes.

tanger

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10fronterasfotofurgo llega a Marruecos

La aventura solidaria junto a Volkswagen Vehículos Comerciales llega al puerto de Tanger, en Marruecos, primera etapa de 10fronterasfotofurgo. Tras más de 24 horas de navegación, ahora empieza lo bueno!

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Las furgos son las protagonistas

Como cada año en la FurgoVW de Sant Pere Pescador Volkswagen Vehículos Comerciales entregará los premios a las furgonetas mejor caracterizadas. En cada edición se ha buscado una temática diferente y para este año, la décima edición, la marca quiere realizar un homenaje a todo aquello que convirtió a sus furgonetas en objetos de culto. Las categorías premiadas son:

– La más alegre
– La más peace
– La más love
– La más Flower power
– La más playera
– La más dulce
– La más camper
– La más surfer
– La más the original
– La más solidaria

Te atreves a caracterizarla? Nosotros sí! Los premios valen mucho la pena!
Anímate!!

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Por la ciudad

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La Syncro está pasando unos días por Barcelona para ponerse en forma. Con la ayuda de Volkswagen será revisada a fondo en un concesionario oficial!!

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